La primera vez que vino Alejandro Sanz a nuestra ciudad fue el 3 de abril de 2001. Me acuerdo bien por dos cuestiones estrictamente familiares: porque ese día cumple años mi papá y porque mi mamá, en una confusión, me había tirado a la basura la acreditación de prensa.
En ese entonces trabajaba en una revista y tuve que apelar a la mejor cara del Gato con Botas en Shrek para que, por favor, me dejaran entrar. Finalmente escribí mi crónica, disfruté del show y ¡de la lluvia! Esa fue la primera y única vez que el español se presentaría en un lugar abierto como el ex Estadio Córdoba.
Seis años más tarde llegaría lo que hasta ahí parecía un imposible: un mano a mano con Alejandro Sanz en su camarín. Llegaba al Orfeo Superdomo en plena gira de presentación del disco El tren de los momentos. La nota fue – extrañamente- después del show y sólo atendería a tres medios: El Doce, Clarín y La Voz del Interior.
Aunque después de la nota con Ricky Martin esta era mi segunda entrevista más “fuerte” desde que estaba en el canal, fui mucho más canchera: me consideraba una gran conocedora de su música y de su “personalidad” porque… básicamente era ¡una fan! Pero claro, ante todo el profesionalismo. Escribí mis preguntas en un papel, tomé nota del show y procuré estar más o menos presentable para la entrevista después de dos horas de recital.
Cuando ingresamos al camarín, una tal Raquel, asistente de Sanz, nos dice: “tienen 10 minutos”, frase escuchada y corregida con una sonrisa por Alejandro Sanz: “Si son 14 está todo bien”. Ahí ratifiqué por qué me gustaba tanto este muchacho.
Raquel fue tajante, cortante, dura... como lo son todos los asistentes de las mega estrellas. Pero al mismo tiempo miraba la situación como una leona que mira a su presa, atenta a que nadie se la robe. Me pareció muy atractiva la morocha y adiviné en ese entonces lo que iba a pasar cuatro años más tarde: ella y Alejandro terminaron juntos. Se casaron en 2012. Sexto sentido que le dicen.
Una vez concluida la nota, le dije por lo bajo al camarógrafo Keko Enrique que me sacara una foto con mi querida cámara digital Olympus (no existían aún los smartphones). Vergüenza absoluta. Hoy podríamos decir que esa foto fue mi primera foto posada con un “famoso”.
Luego de la foto, y para salir de la situación, le pregunté de qué se trataban esos colgantes que tenía puesto, a lo que respondió: “los voy juntando en la gira, son todos regalos”. El calendario marcaba 19 de marzo de 2007. Y yo sentía que el año podía terminar en ese preciso instante. Esta es la nota que salió en los noticieros de El Doce:
La segunda, y aún más divertida anécdota, con el madrileño fue tres años más tarde. No teníamos nota pautada, ni antes ni después del show. Pero eso no impedía que, insistente como soy, lo buscásemos igual. Fuimos al aeropuerto con dos datos: la hora de llegada aproximada de su vuelo privado y que su salida iba a ser por un camino de tierra que utiliza la Policía de Seguridad Aeroportuaria.
Después de un rato largo de espera, aparece una van. El sendero era una sólo, no tenía bifurcación alguna, así que no se me ocurrió mejor idea que pararme en el medio del camino y levantar los brazos, arrodillarme y señalar el micrófono y decir “por favor, nota”. Claro que él no escuchaba, yo sólo miraba la cara del conductor que estaba tentado de la risa. Ahí por un instante pensé: “buena señal, este chofer para… después de todo si no para, me pisa, porque yo de acá no me muevo”.
Y todo eso en segundos. Hasta que se detuvo y apareció cual tortuga, la cabeza de Alejandro Sanz. Unas fans que estaban esperando me sirvieron de excusa para que luego él bajara. Y al mismo tiempo las fans me agradecieron en avisarle a Sanz de su existencia. El camarógrafo Jorge Safita no podía creer lo que había hecho. “Tengo filmada tu sombra en la calle, moviendo tus brazos como loca”.
Nos volvimos al canal matándonos de risa. Habíamos conseguido lo que queríamos y encima fue divertido. Por estas cosas es que uno, después de diez años, ama tanto lo que hace. Les dejo la nota a la "tortuga" Sanz: