Son tambores de guerra. Rusia suspende su participación en el New Start, único tratado de desarme nuclear que quedaba en pie. Fue la respuesta del Kremlin al desafiante mensaje de la Casa Blanca que implicó el viaje de Joe Biden a Ucrania, en vísperas de cumplirse un año del inicio de la guerra.
El intercambio de mensajes que implicó la sorpresiva aparición del presidente norteamericano en Kiev y el discurso de Vladimir Putin, deja en claro que la guerra va a continuar, porque ninguna de las partes da por agotado su esfuerzo bélico ni su voluntad de alcanzar una victoria total.
En los campos de batalla del centro y sur del país invadido, los ejércitos en lucha parecen dos boxeadores que tambalean en el centro del ring, lanzando golpes sin demasiada potencia porque sienten los músculos agotados y empezando a entumecerse.
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En ambos bandos escasean las municiones y los armamentos con que cuentan resultan insuficientes para la nueva etapa del conflicto. La guerra está empantanada pero podría recuperar la iniciativa el bando que consiga primero las municiones y las armas que necesita.
Rusia se las reclama a China, que todavía duda si ir o no más allá de la ayuda económica con que alivia a Moscú de las sanciones occidentales. Ucrania pide a las potencias occidentales aviones de combate, además de tanques y municiones. Pero las fábricas de municiones llevan demasiados meses trabajando a full en Estados Unidos y en Europa. Todos están al límite pero deben dejar en claro a la otra parte que nadie tirará la toalla.
Biden tomó el riesgo que implica llegar a Ucrania y mostrarse a cielo abierto en la plaza del Maidán junto a Zelenski, para que al Kremlin le quede claro que su apoyo económico y armamentístico a Kiev no aflojará ni un milímetro. Y Putin le respondió con el discurso en el que anunció la suspensión de la participación rusa en el New Start. Ergo, volvió a blandir la espada nuclear para recordarle a sus rivales occidentales lo que está dispuesto a hacer, antes que capitular en Ucrania.
También dijo algo más realista como argumento para justificar la invasión. Hasta acá siempre sostuvo que la OTAN planeaba atacar a Rusia ni bien incorporara a Ucrania en sus filas. Ahora pareció aclarar que se refería a un supuesto plan del ejército ucraniano para lanzarse a la recuperación de Crimea, ocupada y anexada por Moscú en el 2014.
La anexión hace que Rusia la considere parte de su territorio, pero el resto del mundo sigue considerando a la península del Mar Negro una parte de Ucrania, el país que la adquirió en la década del 50 del siglo pasado y que Rusia aceptó en ese marco soviético y ratificó en el tratado de disolución de la URSS y en el posterior Protocolo de Budapest, por el que Ucrania adhirió al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) y entregó a Rusia los arsenales soviéticos que estaban en su territorio, mientras que Moscú ratificó su aceptación de las fronteras ucranianas vigentes desde mediados del siglo 20.
A un año de iniciada, la guerra está empantanada. En un esfuerzo descomunal, Putin apuesta a relanzar la ofensiva a gran escala que consolide su control sobre la totalidad del Donbas, mientras Ucrania apuesta a que con los tanques y las municiones que reciba de la OTAN podrá relanzar su avance de reconquista.
El mundo mira el conflicto desde la cornisa de una guerra nuclear.