“Ha concluido la era del calentamiento global y ha comenzado la era de la ebullición”. Nada de lo ocurrido en estos días ha sido más importante y grave que esta frase pronunciada por el secretario general de las Naciones Unidas.
Antonio Guterres dijo con palabras lo que está diciendo con fuego el infernal verano del hemisferio norte. Arde Grecia y muchos rincones de Asia y América, mientras las llamas arrasan también Argelia y Túnez.
A lo que están diciendo los 38 grados alcanzados por las aguas que bañan las playas de Florida, el titular de la ONU le puso palabras apocalípticas.
¿Tremendismo? ¿Exageración para favorecer a los grandes inversores en energía eólica?
Lo mejor que podría pasarle a la humanidad es que todo esto sea una conspiración, una gigantesca mentira guiada por oscuros intereses. Pero la verdad está a la vista. La muestran los bosques en llamas, la flora que desaparece en el fondo de los océanos recalentados y las momias milenarias que dejan a la vista los deshielos de glaciares que, hasta hace poco, se suponían eternos.
Sería bueno que los científicos y personalidades como el titular de Naciones Unidas fuesen los que mienten, y quienes dicen la verdad sean los lunáticos siempre dispuestos a negar lo que tienen a la vista, los adictos a las teorías conspirativas y los poderosos que generan fortunas invirtiendo en todos los rubros que producen efecto invernadero.
El problema es que, entre quienes eligen creer que el cambio climático es una fabulación urdida por científicos que quieren controlar el mundo, y las masas que, aun sabiendo del ataque climático que se abate sobre biósfera, prefieren hacer de cuenta que no es tan grave y que la existencia humana no está en peligro aunque la temperatura modifique dramáticamente su hábitat.
Lo explica una parábola escrita en la antigua Grecia y atribuida a Platón. El objetivo del filósofo, con ese relato, fue advertir sobre el riesgo de creer en el discurso de los demagogos. Jamás habrá imaginado que llegaría el tiempo de otra demagogia: la que niega la mayor amenaza que se cierne sobre la especie humana.
En el relato atribuido al autor del mito de la caverna, un rico ateniense se sentía muy enfermo y llamó a un asclepíades, que en la antigua Grecia equivalía al médico porque había recibido instrucción en curaciones al cuerpo humano, para que le dijera cuál era el mal que lo aquejaba y cómo hacer para sanar. Después de examinarlo largamente, el médico dijo al hombre rico que padecía una enfermedad muy grave y que de no hacer un riguroso tratamiento moriría. A renglón seguido, le dictó las durísimas pautas que debía cumplir para curarse y sobrevivir.
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Atribulado por la noticia de su grave enfermedad y del sacrificado tratamiento al que debía someterse para no morir, el enfermo llamó a un demagogo, quien le aseguró que todo lo que le había dicho el médico era mentira, que él estaba perfectamente sano y que sus dolencias pronto pasarían, sin tener que someterse al sufrido tratamiento que el médico le había dictado con el sólo afán de sacarle mucho dinero.
Aliviado, el rico ateniense siguió llevando una vida normal y creyó sentirse mejor, pero poco después la enfermedad lo postró y le causó la muerte.
La ciencia, eterna acusada por las fuerzas de oscurantismo de ser la enemiga de los dioses, es la que le está diciendo a la humanidad la grave enfermedad del planeta que puede acabar con ella. Y le está dictando las drásticas medidas para salvarse. Pero el grueso de la humanidad, incluida su clase dirigente a nivel mundial, hasta el momento parece actuar como el rico ateniense de la parábola de Platón.