Ni una espalda perforada por las balas de goma, ni motos de la policía que envisten a los que tiran piedras, ni la tía de un chico violado que se me desploma en los brazos y llora. Tampoco fue ver cómo se arman dos molotov con medio litro de nafta y con la facilidad que se hacen fogata ante los pies de un policía. Ni los charcos de agua servida, ni las esquinas sin carteles en medio de la nada.
"No pudieron dormir y los tiros fueron sus canciones de cuna”
La imagen más cruel de los incidentes en Granja de Funes se daba cuando no pasaba nada. En los frágiles minutos de tregua entre los bandos, los más chiquitos se ponían a juntar cartuchos de balas de goma y piedras pequeñas para las gomeras de los más grandes. Entre la más diversa e interminable sucesión de puteadas a la Policía y la familia del sospechoso, ellos jugaban a juntar balas.
El nene que violaron está en el Hospital de Niños y es el único chico del barrio que hace dos días no lo aturden los tiros y las piedras. Él está con sus tormentos internos que le dejó el calvario al que fue sometido.
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Allá en el barrio los nenes no duermen. Hace un rato, una seño de una escuela cercana me contó que la cosa sigue igual. Que hoy a la mañana algunos chicos llevaron cartuchos para jugar en el recreo. Que hoy a la tarde no hubo clases. Que es una locura que los chicos caminen en medio de balas y piedras. ¿Suena lógico no?
Ella me dijo:
“No te puedo explicar lo que siento, hace muchos años que estoy ahí. Solo busco hacer la diferencia, pero con esta realidad que te golpea no puedo ponerme a enseñar la división política de América cuando ellos necesitan que los escuchemos: que anoche ellos no pudieron dormir y los tiros fueron sus canciones de cuna”.