La buena noticia de los últimos días en el mundo fue el viaje de Anthony Blinken y las señales que la delegación norteamericana y también sus anfitriones emitieron sobre la voluntad de reencauzar las relaciones entre las dos superpotencias.
Fueron señales discretas, pero eso las hace más creíbles. Ninguna de las partes actuó para la tribuna internacional. Por esos las declaraciones previas y las posteriores fueron muy contenidas en materia de optimismo. Ninguna de las partes quiso posar de pacificadora para la mirada del mundo y eso le da peso y volumen a las tenues señales positivas que se desprenden de gestos y palabras cuidadosamente calibradas.
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El viaje del secretario norteamericano de Estado, en sí mismo, fue un gesto alentador. Blinken tenía programada esta visita en febrero, pero la suspendió por la escalada de tensión que en ese momento produjo la detección y derribo de un globo aerostático chino, presuntamente de espionaje, sobre espacio aéreo de los Estados Unidos.
Posteriormente, hubo fuertes señales de advertencia in situ contra naves norteamericanas aéreas y marítimas en espacios cercanos a las fronteras chinas. Los roces se acumulaban debilitando la esperanza de un acercamiento entre los dos colosos que se disputan el liderazgo mundial. Todo parecía encaminado hacia una nueva Guerra Fría porque no había señal alguna de voluntad de entendimientos ni en Beijing ni en Washington.
Ese clima cargado de oscuros presagios, agravado por la cercanía de China con Rusia, acrecentaba el peligro de un conflicto por Taiwán con potencialidad de hacer estallar una conflagración nuclear.
Por cierto, ninguno de esos riesgos ha sido conjurado por la visita de Blinken a China. El peligro sigue siendo gigantesco. Pero los encuentros del secretario de Estado con el ministro chino de Relaciones Exteriores, Wang Yi, abrieron una línea de comunicación donde hasta este lunes no existían esas vías ni señales de voluntad para restablecerlas.
Que Blinken haya sido recibido por el propio Xi Jinping fue otra señal alentadora. Tanto en la media hora de diálogo con el presidente chino como en los encuentros con Wang Yi, el lado chino dejó en claro que no cambiará el rumbo que ha dado a la cuestión Taiwán.
Blinken, por su parte, dejó claro a sus anfitriones que una acción militar china tendría inmensas repercusiones. La suma da cero en materia de señales pacificadoras sobre la cuestión Taiwán. Lo alentador está en los gestos que muestran voluntad de restablecer los puentes de comunicación que habían sido dinamitados por ambas partes. No es mucho, pero es algo.
En modo alguno estas conversaciones entre Blinken y Wang Yi pueden compararse a las comunicaciones y encuentros entre Henry Kissinger y Chou En lai. Mucho menos al abrazo entre Richard Nixon y Mao Tse tung, ni a la histórica visita de Deng Xiaoping a Estados Unidos en 1979, cuando fue recibido amigablemente por el presidente Carter.
Este sigue siendo el peor momento en las relaciones entre China y Estados Unidos desde mediados de la década del 70. Pero entre tantas señales de alarma vaticinando conflictos, el viaje de Blinken muestra que aún es posible evitar los abismos más temidos.