Si estuviéramos en el siglo 20, la noticia llenaría casi la totalidad del tiempo y del espacio en los medios de comunicación de Italia, Europa y el Mundo. Pero en la tercera década del siglo 21, la caída del jefe de la Cosa Nostra no equivale a la caída del mayor jerarca mafioso del orbe, sino de un jefe más del narcotráfico. Un jefe importante, pero sólo un jefe entre todos los que infectan el mundo actual.
Matteo Messina Denaro era nada menos que el último jefe de la Cosa Nostra, la madre de todas las mafias, por eso su captura cuando acudía a una clínica de Palermo donde recibía tratamiento oncológico, es un acontecimiento de relevancia histórica.
El anterior “capo di tutti capi” fue Salvatore “Totó” Rina, quien ordenó los resonantes asesinatos de los jueces anti-mafia Giovanni Falcone y Paollo Borsellino, en 1992. Messina Denaro había sido uno de los ejecutores de aquellos atentados que sacudieron al mundo entero, además de hacer temblar la política italiana.
Desde la caída de Salvatore Rina nadie acumuló tanto poder en la Cosa Nostra como Messina Denaro. Llevaba 30 años fugitivo pero jamás dejó de dirigir la mafia siciliana. Quizá sólo lo superaron los más de 40 años que logró escapar de la Justicia Bernardo Provenzano, jefe del clan de Corleone desde la caída de Rina.
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En las décadas finales del siglo 20, las caídas de grandes jefes mafiosos todavía eran acontecimientos resonantes. Sobre todo si provenían de la Cosa Nostra. Todo lo que ocurría en la mafia siciliana era noticia mundial. Incluida la traición de Tommaso Buscetta a la “omertá”, el inviolable código de silencio de los mafiosos.
Fue precisamente lo revelado por Buscetta al traicionar la omertá lo que permitió el avance de la justicia sobre el clan de los “corleonesi”.
Pero a esa altura de la historia, tanto la mafia siciliana como las otras que había en Italia, ya habían traicionado un código de honor que “las familias” habían mantenido hasta los años setenta: no involucrarse con el narcotráfico.
Finalmente, aparecieron las generaciones de mafiosos que dejaron de lado ese límite que las mafias habían auto-impuesto a su criminalidad delictiva. Los torrentes de dinero que hizo fluir el negocio de las drogas, logró una expansión incluso superior a la que la Cosa Nostra había logrado en la primera mitad del siglo XX cuando llegó a Estados Unidos y se hizo fuerte en Chicago y Nueva York.
Como contrapartida, alejó a la mafia italiana de sus tradiciones, que eran parte de su fortaleza.
La historia es larga y está colmada de versiones contrapuestas. Algunos historiadores sitúan el inicio de la mafia a partir de lo que implicó, sobre todo en el desarrollo de las plantaciones de cítricos en Sicilia, la invasión árabe que comenzó en el siglo 9. Otros historiadores van más adelante en el tiempo, situando el origen de la Cosa Nostra en el siglo 19.
Algunos “mafiólogos” dicen que la palabra mafia deriva del vocablo árabe “mahya”, que alude a la matonería, o bien a la palabra también árabe “mu’afah”, que significa “proteger a los pobres”.
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Los convencidos de que el origen es decimonónico se dividen entre dos acrónimos: Uno es “Mazzini Autorizza Furti, Incendi y Avelenamenti, en referencia a Giuseppe Mazzini, uno de los grandes impulsores de la unidad de Italia, que supuestamente llamó a los sicilianos a luchar contra los ocupantes extranjeros cometiendo “robos, incendios y envenenamiento”. La otra sigla posible es “Morte Alla Francia Italia Anela”.
En todos los casos, la palabra tiene que ver con las organizaciones secretas con que las familias tradiciones impusieron gobiernos clandestinos, que mantenían organizaciones tradicionales de la sociedad y gobernaban de manera paralela a las autoridades que imponía Francia o las otras potencias que sucesivamente ocupaban la isla separada de la península itálica por el estrecho de Messina.
Tener en sus raíces aquellas formas de organización local que existían de manera secreta, explica los códigos de honor que mantuvo hasta el crepúsculo del siglo 20.
La jerarquía en la que lideraba el capo y el don, seguidos por el sottocapo, el consigliere, el caporegime, etcétera, se mantenía por el vigor de aquellos códigos de honor que convivían con los crímenes y demás delitos que caracterizaron a la mafia desde el siglo 19.
Todo eso empezó a perderse cuando, dejando de lado uno de los límites establecidos, la Cosa Nostra incursionó en el narcotráfico.
A renglón seguido llegó la traición de la omertá que cometió Tommaso Buscetta y la cuesta abajo que desembocó en la captura de Messina Denaro, el último capo di tutti capi.
La Cosa Nostra ya no era la mafia más poderosa del mundo, como había sido alguna vez. En este tiempo están las tríadas, de China; la Yakuza, de Japón; también poderosas mafias como las de Irlanda, Albania y Norteamérica, además de las bandas narcotraficantes de Colombia y México, entre otras.
En la propia Italia, el poder de la mafia siciliana ya había sido alcanzado por la Camorra napolitana y la Sacra Corona Unita, de Puglia; y superada por la poderosa y globalizada N’drangetha, de Calabria.
El crimen organizado seguirá existiendo en Italia y en el mundo, aunque hayan capturado al último capo en Sicilia.