Matrimonio e hijos nunca habían entrado al Teatro del Libertador. Algo similar le sucedía a otro varoncito de unos once años que llegaba después de un picadito de fútbol junto con su padre.
No entendía nada. ¿Chicos en un concierto de música clásica? ¿Regalan caramelos o algo así?
Nada de eso. La Sala Mayor de Córdoba comenzaba a repletarse con un público heterogéneo: los "habitués" de siempre junto a decenas que arribaban curiosos por ver cómo era ésto del teatro que había recibido tanta promoción con el Congreso de la Lengua.
Muchos, por supuesto, celulares en mano para tomarse las consabidas "selfies". Algunos, sobre todo ellas, con sus mejores galas. Otros, vestidos como de costumbre.
Quizá la gran mayoría era la primera vez que entraba a ese recinto sagrado de la música con mayúsculas; generalmente reservado para los melómanos o para algunos snobs que muchas veces concurren porque "queda bien escuchar música clásica". Esta noche, por fortuna, también había mucha gente joven.
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Tocaba la Orquesta Sinfónica de Córdoba con una directora invitada: Beatrice Venezi, una italiana quien con su juventud y belleza combinaba justo con la grandiosidad del renovado coliseo, donde se agotaron todas las localidades. No porque fuera a actuar una estrella rutilante. Tan sólo una orquesta local que siempre dá lo mejor de sí, pero era la primera función abierta al público después de los fastos del congreso internacional y afortunadamente, por el motivo que fuere, muchos no quisieron perdérsela.
Y llegó el plato fuerte con la pocas veces interpretada Sinfonía N° 6 de Tchaikovsky.
La batuta de Venice dibujaba arabescos en el aire. Violines, chelos, trombones, timbales y otros instrumentos estallaban vibrantes en el "Allegro molto vivace" del tercer movimiento.
Fue cuando la más pequeñita se despertó. "!Sonamos!", pensé. "Se vá a largar a llorar". Hombre de poca fe...
Le sacó una florcita roja de plástico que tenía su hermanita mayor y con ella comenzó a marcar el ritmo. Una frágil rosa convertida en infantil batuta.
Mi espíritu, conmovido con el virtuosismo de los acordes, rebalsó aún más de emoción al ver cómo la magia de la música lo puede todo, aún en una niñita que nada puede saber de clasicismos.
Y quise completarlo: a pesar de mi encantamiento, giré la cabeza hacia atrás para observarlo al pichón de futbolero: estaba de pie dirigiendo también a la Sinfónica.
Se me retempló el alma.
Y me atrevo decir que a todos los presentes, aún a los neófitos que por primera vez escuchaban un concierto clásico en vivo y sin auxilio electrónico, les pasaba lo mismo. En Córdoba no todo es cuarteto, protesta, mala onda y desencanto por la crisis.
¿Qué pudo ser algo excepcional y pasajero, producto de la curiosidad y el marketing que tuvo la inauguración del remodelado Libertador? No. Nos sigas siendo un hombre de poca fe.
Mejor tené la certeza de que quienes comenzaron a descubrir la excelencia, queden atrapados en el hechizo.
Una clásica esperanza.