“Así volví a casa... q (sic) tristeza me dio... una boludés capaz... pero había un silencio... algo q (sic) no puedo explicar... pero se sentía muy triste”.
El mensaje de WhatsApp me llegó con ese texto, escrito así, desde el asiento del fondo de un colectivo de la línea 30.
Me lo mandó Ale, una amiga que trabaja en el centro y toda la semana soportó a la gente que vagaba por la peatonal 9 de Julio.
Toda la semana se quejó de la imprudencia,del desconcierto y de la falta de medidas. Sé quedó en silencio cuando subió al colectivo del silencio. Avanzó hasta la fila del fondo y no miró más que el piso engomado.
Se sentó y vio el silencio, a veces el silencio se ve. Se lo ve ahora andar por colectivos antisépticos que huyen del centro.
Una línea de piernas a ambos lados de un pasillo vacío. Los brazos que no tocan los pasamanos y un chofer que busca miradas que le son esquivas y que ya no dice “al fondo hay lugar”.
Juan Basualdo es chofer de la línea 33. La semana pasada, cuando se confirmaba el primer caso cordobés de coronavirus, tuvo un fuerte dolor cabeza y un ardor tremendo en la garganta que lo llevó a desviar el recorrido directo al hospital de Urgencias.
No fue nada. Y fue todo. Un susto que no se olvida. Esta semana empezó a ofrecer alcohol en gel a los pasajeros. Y los pasajeros se lo agradecieron. La semana arrancó con los colectivos sin restricciones.
Y eso de las distancias entre personas llevó un par de días en encontrar resolución. Hoy conduce los colectivos del silencio, de lo inocuo de viajar sentado: “La verdad que siento una tristeza enorme de ver los coches vacíos. Yo les veo la cara por el espejo y tienen la mirada perdida”.
“Yo les pongo alcohol en gel en la mano, me agradecen y después se quedan pensantes. En silencio se sientan. Es una amargura tremenda. Llevo 28 años de servicio y nunca vi esto de ver la gente asustada”.
Juan nació en el 62 y le tocó Malvinas, muchos años después otra tragedia se le cruzó en el recorrido: la muerte de su hijo Enzo. Le pregunté si alguna vez había sentido esa tristeza de andar así y la comparación también me dejó en silencio.
“Creeme que todo esto de ver la gente cómo se prepara con angustia me hace acordar al miedo nuestro cuando nos llevaban, pero nosotros éramos soldados, no sé me pasan un montón de cosas por la cabeza y ahora dicen que esto es una guerra”.
Varios choferes tuvieron que dejar gente en las paradas con el colectivo medio vacío. Nadie habla, nadie hace chistes, no hay vendedores que digan “damas y caballeros” y se cuelguen en el equilibrio del pasamanos. No hay guardapolvo ni bulla de chicos que van a clases y los fines de semana tampoco son lo mismo.
“Me tocaban servicios los sábados, y me reía de escuchar la alegría de los chicos que van al baile o a los boliches y que se iban riendo; era lindo. Hoy por hoy siento una amargura que ojalá todo esto pase pronto y termine todo esto”.
Eso decía la foto que me mandó la Ale, y la tristeza que me relata Juan. Ojalá sea pasajera.