Esta columna empezó con una de las tantas tareas que nos toca hacer en casa por la cuarentena.
Juan Cruz está en quinto grado, va a una escuela hermosa, de esas que te hacen sentir orgullosa de la educación pública en Argentina. Esta vez la tarea era aprender a escribir cartas, como las de antes, las que tenías que meter en un sobre y llevar al correo.
Ese era sólo el comienzo porque el recorrido fue mucho más largo: terminamos escribiendo un mail. Como siempre, lo importante es la trama mucho más que el desenlace (sí, esta frase la robé de una canción de Jorge Drexler).
Para introducirnos en el tema, a las Seños se les ocurrió que las cartas que escribieron los soldados desde las Islas Malvinas a sus familias era una buen forma de comprender la importancia de compartir, de contar, de sentirnos cerca a pesar de la distancia, de transmitir amor a través de las palabras.
“Esto no me gusta tango”, dijo Juan haciendo referencia a la tristeza de esas palabras más que a la tarea. Pero seguimos y según explicaba el punto 5 del ejercicio de Lengua debíamos analizar una frase del teniente 1° Héctor Ricardo Volponi: “Cada vez que salgo a volar, me olvido de mí y me regalo a la patria”.
Pero el trabajo no terminaba allí. Una vez comprendido el sentido de tan profunda afirmación había que analizarla en el contexto actual: “¿Qué relación hay entre lo que dijo y pensó el teniente durante la guerra de Malvinas y los médicos, policías o demás profesionales que no pueden quedarse en sus casas para servir a la población?”
El resultado debía plasmarse en una carta dirigida a quien el alumno quisiera. Juan Cruz eligió un policía:
De toda la carta, que leí con emoción en los ojos, hubo una frase que resonó fuerte: “Espero que puedas seguir muy bien tu trabajo y pasarla excelente con tu familia cuando termines el turno”. ¿Era para el policía o era para mí?
“Cada vez que salgo a volar, me olvido de mí y me regalo a la patria”
Sí, ya se, un psicólogo puede hacerse un festín con esta columna pero estoy segura que a muchos, nos pasa los mismo. La cuarentena vino a recordarnos lo hermoso que es sentarse con tiempo a leer con ellos, a jugar juegos de mesa que estaban guardados hace tiempo o hacer la tarea con un poco más de atención de lo normal.
Todos los días, hacemos un esfuerzo por darles todo y muchas veces ese “todo” está relacionado a lo material. Pero al final del día, lo que ellos quieren –y le desean a los demás- es que mamá o papá terminen el turno y vuelvan a casa con su familia.
En un país con más de 16 millones de pobres, la discusión sobre lo material no puede ser irresponsable. El derecho a una vivienda digna, comida, educación, salud debería estar garantizado. No lo está.
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Pero el amor tampoco. La familia tampoco. Y quizás sea una de las pocas cosas que podemos ofrecer sin recurso económico: nuestro mejor esfuerzo para ser buenos padres.
Por eso, cuando termine esta columna, cerraré la compu, buscaré la generala y jugaremos hasta que esta vez ellos sean los que digan “Basta mamá, me cansé de jugar”.
Porque en un futuro, me gustaría que con lo que aprendió hoy mi hijo me mande una carta, o un mail, un whatsapp o use el formato y el soporte que esté de moda para escribirme: “Hola mamá” en un mensaje que cierre con un “ te quiero mucho”.