De Casabindo, no me olvido jamás.
De su Iglesia, la “catedral de la Puna”. Siglo XVII.
De sus doscientas almas de espíritu sencillo y profundamente religioso.
De su fiesta del Toreo de la Vincha, el único espectáculo taurino de Sudamérica, que se repite cada año el 15 de Agosto.
Tal vez una de las pocas celebraciones no contaminadas por el turismo.
De sus coplas y carnavalitos. De sus alegrías e infortunios.
Nuestra mirada se confunde: les falta de todo, y no les falta nada.
Se sobreponen a los 3.600 metros de altitud, a inviernos con 20 grados bajo cero, a la falta de comunicación, pero se les nota la felicidad de vivir en el techo inmenso y más azul de la Patria.
El colorido de sus prendas, el sabor picante de sus guisos de llama, la gigantesca devoción que inspira la imagen de la Virgen de la Asunción.
Cuando regresamos por caminos polvorientos y campos escasamente poblados de llamas y vicuñas, va sonando la entrañable melodía de “Doña Ubensa”:
“Ando llorando pa' dentro, aunque me ría pa' fuera…
Valles sonoros de pedregal, piedra por piedra el viento va…
Borrando huellas a mi dolor...
Silencio puro es mi corazón…"
(Foto: Colección de papines andinos.)
(Foto: Mantas multicolores, charqui de cordero, todo se vende y se compra en la Fiesta de Casabindo.)
(Foto: Los "samilantes", pobladores vestidos con plumas de "suri", el avestruz andino, cantando en quechua y danzando. Una simbiosis de la tradición indígena con el culto católico.)