De los discursos pronunciados en la Cumbre Iberoamericana que se realizó en República Dominicana, el que más repercusión tuvo en los medios de comunicación del mundo fue el de Gabriel Boric.
¿Qué dijo el presidente chileno que llamó tanto la atención? Dijo que en Nicaragua impera “una dictadura familiar”, que Daniel “Ortega no sabe que la patria se lleva en la sangre y no se quita por decreto” y que “fuera de la democracia no hay libertad ni dignidad posible”.
¿Por qué tiene tanta repercusión algo tan obvio? Porque lo dijo un presidente que pertenece a la vereda ideológica donde todos callan esas cuestiones tan elementales. Mientras los bolivianos Evo Morales y Luis Arce, como los argentinos Cristina Kirchner y Alberto Fernández, además del ecuatoriano Rafael Correa y los hondureños Manuel Zelaya y Xiomara Castro mantienen un silencio cómplice frente a la impresentable dictadura de Ortega y Rosario Murillo, el mandatario chileno se atreve a denunciar esos crímenes perpetrados ante los ojos del mundo.
El resto de los discursos transitó las naderías habituales de ese foro al que concurren el rey español y el jefe de gobierno de ese país europeo. Por cierto, en este encuentro se abordaron temas importantísimos, como la necesidad de coordinar políticas para revertir las consecuencias económicas de la pandemia y la guerra en Ucrania, además de la discusión sobre instrumentos para generar economías sustentables. Pero que llamar dictadura a un régimen a todas luces autoritario, tenga más repercusión que la obtenida por el resto de los discursos, no tiene que ver con las letanías retóricas de los demás mandatarios, sino con la regla de complicidad que las izquierdas latinoamericanas tienen con los crímenes y corrupciones de los regímenes que se proclaman izquierdistas.
La denuncia que una vez más hizo Gabriel Boric, resalta que existe una izquierda liberal-demócrata, aunque sea aislada y repudiada por las izquierdas populistas.
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El presidente de Chile fue el primero, en la vereda de los que se autodefinen como “progresistas”, en denunciar también las violaciones a los Derechos Humanos que comete el régimen que encabeza Nicolás Maduro. En realidad, otra líder progresista de Chile se le había adelantado con las investigaciones del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los DD.HH.: Michelle Bachelet.
El valor de la actitud de Boric, Bachelet y también el ex presidente Ricardo Lagos, resalta el carácter miserable del silencio de todos los demás.
En esta cumbre iberoamericana realizada en República Dominicana no estuvo Maduro. El jefe del chavismo residual siempre tiene alguna excusa, pero la verdad es que cualquier rincón del planeta que no sea La Habana o Managua lo pone en riesgo de ser blanco de manifestaciones en su contra.
Su ausencia, esta vez, coincidió con la revelación de lo que sería el hecho de corrupción más grande de la historia. Entre diez mil y 25 mil millones de dólares por ventas de petróleo no llegaron a las arcas de PDVSA, la compañía petrolera del estado venezolano.
Aún en el caso de que la cifra real esté más cerca de los diez mil que de los 25 mil, se trata de un robo de dimensiones siderales, sin precedentes ni siquiera en una región donde la corrupción es la regla, como Latinoamérica.
Aunque sorprenda la magnitud del desfalco, no sorprende la corrupción que carcome al régimen residual chavista. Fue precisamente para eso que Maduro eliminó todas las instancias de regulación y control que existían sobre la principal actividad económica del país.
La oceánica corrupción de la dictadura venezolana se visibiliza obscenamente en los lujos con que viven los miembros de la nomenclatura y de la llamada “boliburguesía” (los empresarios enriquecidos a la sombra del régimen). Está a la vista que la explotación ilegal del arco minero, en la Cuenca del Orinoco, y los manejos oscuros del petróleo han sido la regla y es la fuente de financiación del blindaje inexpugnable del poder imperante. Pero nadie esperaba que quedara a la vista un robo a PDVSA de semejante magnitud.
Si eso quedó a la vista es porque quien manejaba la petrolera estatal, Tarek el Aisami, pasó de ser la mano derecha de Maduro a quien le disputó el mando financiando la construcción de un vasto poder que incluye funcionarios, militares y mafias extranjeras, además de dirigentes del PSUV, la fuerza política del régimen. O sea, fue una guerra entre mafias la que dejó a la vista el descomunal desfalco.
Quedó expuesto a los ojos del mundo que el régimen residual chavista es un poder repartido en feudos. Pero de eso no se habló en la Cumbre Iberoamericana. Como Boric había denunciado a Maduro en una ocasión reciente, usó el foro en República Dominicana para denunciar los últimos crímenes de Daniel Ortega, mientras que los otros mandatarios que se consideran de izquierda, otra vez se mantuvieron en silencio.