— Vení, vamos a ver allá y volvemos —le dijo la mamá, tironeando la manito, al hijo que estaba pegado como sopapa a una vidriera de tablets y celulares. Yo sabía que esa promesa materna era verso. Si me la habrán hecho.
Así, en plena Rivera Indarte, arrancó el día de compras. Era viernes y aproveché el franco para comprar algunas cosas. Entre eso, una que otra chuchería para que tengan el día del niño. Hice la de siempre: caminé por la peatonal, entré a las jugueterías y galerías. Pasé por queso en el Mercado Norte y a comprarle, en casa Petroff, tabaco para la pipa de mi tío. Es una casa esquina que tiene la puerta en la ochava, eso ya la pone en peligro de extinción.
+ MIRÁ MÁS: La vida por el piso
Cuando yo era chico lo acompañaba a mi tío a comprar sus pipas y su tabaco. Yo, al entrar, siempre quería las cosas para los grandes: los dardos, los cortaplumas y las pipas. Ahora, que soy grande quiero las cosas para chicos: los baleros, los trompos y las bolitas de vidrio que solo sirven para jugar a las bolitas y volver a ser niño. Compré el tabaco para la pipa de mi tío y salí para la parada que está en la Sarmiento.
Me estaba durmiendo con el golpe a repetición de mi cabeza contra la ventana del colectivo. Escuchaba, a lo lejos, al vendedor que subió conmigo. Ofrecía juegos para Play, CD, DVD con películas. Algunas las ponía en su reproductor para demostrar la fidelidad del producto. Yo me iba durmiendo con su arenga. “El último de Ulises, la película de Hotel Transilvania, el CD que incluye lo último de Maluma” y creo que me dormí.
Unas paradas más adelante lo escuché ofrecer: la peli de Johnny Tolengo y los bici voladores y la temporada completa de He Man, el CD de Carlitos Balá que incluye la canción de su perro Angueto (ahí el vendedor cantaba “Angueto, quedate quieto”; y a mí, sentado en el asiento, me colgaban los pies y las zapatilas Flecha rozaban el guardabarros con piso de goma del colectivo). Me despabilé. Bajé y toqué timbre, aunque me costó llegar al botón. Salté al cordón. Ví cómo el viejo Mercedes Benz verde de la 12 de Octubre se alejaba. Vi mi boleto con número capicúa y me vi las rodillas con cascaritas de viejas raspaduras de chico. Atrás mío, el genio que vendía los CD de Balá y los capítulos de He Man me despeinó la mollera:
— ¿Y, Sumbudrule, qué vas a responder a la pregunta?
— ¿A qué cosa?
— ¿Cuál será tu deseo: volver a ser niño con los juguetes de ahora o con los de tu época?