¿Sorprende el triunfo de Donald Trump? Y sí, sorprende, si pensamos que la mayoría, que le dio el triunfo menos pensado, hizo oídos sordos a ciertas cuestiones aberrantes e impensables, para una aparente sociedad apegada fuertemente a los valores democráticos y los derechos humanos.
Esa sociedad, que hoy le dio la mano a Trump, hizo oídos sordos a la lluvia de denuncias de mujeres acosadas o abusadas por el ahora Presidente de los Estados Unidos de América. También a los insultos a los inmigrantes, al desprecio por los latinos, al odio y a la promesa de venganza para con los mexicanos, a las descalificaciones a su oponente.
A nosotros, y al resto del mundo, nos sorprendió, pero…. ¿por qué ganó, entonces?
Es que Donald Trump estaba, tal vez, poniendo en su boca verborrágica, la ira de muchos ciudadanos estadounidenses que encontraron, en las palabras de ese orador, más descabellado que desbocado, las razones de la pérdida del status, vendido desde siempre por el “sueño americano”.
Desde hace un buen tiempo, la gran nación democrática, E.U.A, la ejemplar, la de los libros, había comenzado a dejar de ser ejemplo, opacada por políticos alcanzados por denuncias de corrupción, y funcionarios en gestión, cada vez gestionando menos.
Lo que ocurrió, tal vez, para esa fracción desilusionada es que un hombre, con discurso casi mesiánico, subía a un escenario y, ametralladora en boca encendida, prometía sacar a esas ratas del gobierno. ¿Este hombre millonario, que nunca antes había ocupado un cargo público, ahora quería ser presidente??? Ohhh my god!!!
Hace apenas semanas, la mayoría de la prensa norteamericana se hacía un festín con la irrupción de este paracaidista con sueño de llegar a la Casa Blanca. Si hasta los presentadores de TV. se dieron el gusto de tironearle los cabellos en cámara, para corroborar que no era una suerte de quincho plástico lo que había en la cabeza de ese hombre “extraño”.
Incluso, ellos mismos, se encargaron de marcarle a la flamante primera dama Melanie, otrora modelo de pasarela, cada párrafo copiado de un viejo discurso de Michelle Obama. Un papelón difícil de remontar para otro candidato. No para Donald.
Hace días nomás, esa misma TV mostraba cómo mataban a gente de color. Pero no se mostraba, o no veíamos, marchas pidiendo castigo para esos asesinos. Veíamos latinos golpeados, mexicanos explotados, cubanos, y otros, denigrados históricamente, a condición de encontrar, aunque sea en una jaula al fondo, un lugar de refugio para vivir.
Por años, nadie hizo nada por cambiar eso. Ni Bush, ni Clinton... ni el propio Obama, aún siendo el primer presidente de color. ¿Habrá sido porqué nadie quería que hicieran nada? Este candidato, casi fuera de sí, golpeando con fuerza el atril de su discurso, prometía terminar también con esas ratas que “sacan el trabajo y dejan la droga y la delincuencia en la Nación”.
El ahora saliente presidente Obama quería irse con la bandera de la paz y la reconciliación, y por más que no se animó ni a acercarse al Corán, buscó apoyo en una de las religiones más convocantes del mundo, y al lado del mismísimo Francisco comenzó a cerrar heridas históricas con la Cuba del bloqueo.
Trump no parece querer la paz. Prometió terminar lo antes posible con ISIS, el ala más dura del terrorismo que, hace tiempo, viene buscando un hueco de fisura en la seguridad americana para volver a golpear. Ésta sí que no es una rata… ¡más bien un gran dinosario! ¡A Trump tampoco le importa! ¡Prometió ir por ellos!
¿Qué desnudó Trump en sus discursos que, los que lo escuchaban, prácticamente atónitos, se animaron a avalarlo a oscuras?
¿Será hipocresía o doble moral? Tal vez un poco de todo, escondido en un pueblo que, aplaudió la moderación de Hillary, pero apoyó con el voto la aparente locura del ahora presidente electo.
De un lado, Hillary, su oponente, lidiando con su carácter, mostrándose moderada ante denuncias de miles de mails y millones de silencios. Del otro, Trump, prometiendo atrapar ratas e insultando a medio mundo.
Hillary explicaba y planeaba. Trump nunca explicó demasiado. Solo se encargó de adivinar los deseos oprimidos de muchos norteamericanos.
¡Y vaya si los adivinó!