El presupuesto, la inversión, la formación y la planificación son sólo algunas de las variables más objetivas que normalmente utilizamos para medir el grado de importancia o prioridad de un tema en un estado. Sin embargo, si la discusión pública es cero el tema puede parecer poco importante o lo suficientemente resuelto como para no necesitar discusión.
La educación está muy lejos de ocupar cualquiera de estos dos estadios: es un tema importante para cualquier sociedad desarrollada y en Argentina está lejos de ser un tema resuelto.
En la nota De qué habla la gente y de qué los candidatos de Roberto Battaglino, se muestra que la educación no formó parte de la campaña de los candidatos que este domingo disputarán lugares en el Congreso. Pero lo que más sorprende del relevamiento es que tampoco aparece la educación como un tema prioritario entre las preocupaciones o discusiones de la gente.
Si tenemos en cuenta que aún intentamos salir de la pandemia y que estuvimos durante un año y medio con clases virtuales o mixtas en el mejor de los casos, la lista de pendientes en materia educativa es extensa: ¿Cómo medir las consecuencias de la pandemia? ¿Cómo recuperar los aprendizajes perdidos? ¿Qué déficit puso en evidencia la pandemia? ¿Qué nivel de formación tecnológica tiene los docentes? ¿Cuántos estudiantes se cayeron del sistema? ¿Cómo se los recupera?
Los problemas en la educación existen en la Argentina antes de la pandemia, son estructurales. Las malas notas en las evaluaciones internacionales, los problemas de numerosas empresas para conseguir personal que interprete textos o un presupuesto oficial que se gasta en un 90 por ciento en salarios, son sólo algunos ejemplos de la situación de la educación en Argentina.
Si bien es cierto que, comparado con países de la región, Argentina tiene un gasto público en Educación como porcentaje del PBI entre los más altos de Latinoamérica, también es cierto que la mayor parte de este presupuesto se destina a salarios. Esto no significa que los docentes ganen bien, por el contrario, la mayoría coincidimos que no ganan lo suficiente como para sentir que su trabajo es importante para la sociedad.
Si uno repasa la historia, la escuela aparece siempre como una de las instituciones más igualadoras que puede ofrecer una sociedad. Aprender a leer y escribir abre puertas, extiende fronteras.
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Allí, en los lugares más olvidados, donde el estado está profundamente ausente, se erige una pequeña escuela que intenta enseñar a leer y escribir a pequeñas poblaciones.
La inseguridad, la pobreza, el desempleo, la exclusión y la larga lista de preocupaciones que ocupan los discursos de los candidatos están todas ligadas a la educación.
Un niño que estudia y desarrolla pensamiento crítico, es mucho más difícil de engañar. Podrá elegir una carrera para estudiar, a qué puesto aspirar y qué dinero ganar. Soñará con su casa y se la construirá con esfuerzo. Crecerá profesionalmente y planificará una familia.
Esta secuencia lógica pero que se transforma en un sueño de pocos en la Argentina, debería estar garantizada por la educación. Un proceso en el que deben intervenir las familias y toda la comunidad educativa.
Involucrarnos, discutir, acompañar a nuestros hijos, participar de una reunión de padres, de la cooperadora de la escuela o simplemente leer el cuaderno y saber qué contenidos se enseñan en la escuela, es una manera de participar. Exigirles a nuestros representantes que la educación esté en la agenda, también.
El domingo se eligen representantes, los que van a discutir los proyectos que rigen la vida de todos los argentinos. Cuando llegue una ley que hable sobre educación al Congreso, ¿sabremos cómo votarán los elegidos?