Celebro con ganas, lo vivo como un triunfo propio y aplaudo a esa audiencia anónima cuando el éxito comercial y el hecho artístico se dan la mano. Lograr esa conjunción en el cine y en el arte en general no es frecuente, pero cuando sucede, se hace notar.
Pasó con Relatos Salvajes que el año pasado se convirtió en la película más vista del año con casi 4 millones de espectadores. Historias cortas -en clave de humor negro algunas- que nos interpelaban como sociedad, que conformaron una película de alta factura técnica, con un dream team de actores y un director que se ganó el cariño de la audiencia con su genial creación televisiva Los Simuladores.
Ahora, con El Clan, se repite un esquema que tiene algunas coincidencias con el anterior. Una vez más, los hermanos Agustín y Pedro Almodóvar se asocian con un realizador argentino para ser parte de la producción de un film nacional, y así como Warner Bros. distribuyó a Relatos Salvajes, ahora otro monstruo de la industria como la 20th Century Fox lo hace con la película de Pablo Trapero, lo que garantiza el alcance a mercados internacionales y muchas salas en Argentina (en Córdoba hay 70 funciones por día).
Otra de las claves del éxito de El Clan es su protagonista: Guillermo Francella. Después de su batacazo en El Secreto de sus ojos, demostró que no sólo le queda bien el traje de la comedia y se animó a tomar riesgos. Su personaje en la película de Juan José Campanella funciona hoy como una garantía para el público. El único problema en este Arquímedes Puccio son los lindos ojos celestes de Francella. Su mirada no logra ser lo suficientemente fría e inescrupulosa como lo requiere este personaje.
En cambio, una vez afuera de la sala, el comentario que se repite entre los espectadores tiene que ver con la brillante actuación de Peter Lanzani. “Qué bien que está Peter Lanzani. No lo tenía buen actor. Increíble ese muchacho. La gran revelación”, se escucha en los pasillos. Bienvenido sea el factor sorpresa.
Pablo Trapero por su parte, es sinónimo de películas “festivaleras” y de cierto prestigio como Mundo Grúa, Leonera, Carancho, Elefante Blanco, entre otras, con lo cual el espectador con más o menos información llega a su butaca con cierta tranquilidad de que este director de 43 años no va a tirar todos sus diplomas a la basura.
Otro ítem que tracciona al público a las salas es la curiosidad que despierta ver en la pantalla grande un caso policial con tanta repercusión en su momento, que de por sí tenía aristas “atractivas”: familia de clase bien, una estrella del rugby implicada y secuestros y torturas en la propia casa de la familia. Una vez más la realidad supera la ficción.
Y, por último, uno sale con la inquietud de “googlear” más información sobre el caso, con ganas de escuchar la banda sonora de la película y buscar en Youtube “Sunny afternoon” de The Kinks, precisa canción que abre y cierra el film. Este entusiasmo individual se traduce después en querer compartir la experiencia, he ahí la recomendación. Y así entra a jugar el mejor marketing (y el más barato) de todos: el boca en boca.
Así, con todas estas piezas encajadas en su justo lugar es como se llega al medio millón de espectadores en cuatro días. Calidad artística y entradas vendidas: los integrantes del verdadero clan… del éxito.
Imágenes de archivo. Revista Gente 29/08/85