Con el comienzo de clases se despiertan emociones ambivalentes por un lado, en los padres que están felices por el nuevo año pero saben que el trayecto implica nuevos horarios, cambios de hábitos, tareas y renegar con los niños y adolescentes por un sinfín de motivos. Hay emociones que están bien marcadas sobre todo cuando los niños son pequeños: el sentimiento de culpa y el proceso del despegue. Y es común que en algunos casos, este proceso de adaptación lo sufran más los padres que los hijos, despertando en ellos, emociones infantiles que se encuentran guardadas en lo más profundo de su ser.
Por todo esto, es importante armarnos de paciencia y bajar el nivel de ansiedad y expectativas, recordando que somos un espejo fiel a nuestros hijos y proyectaremos directamente toda emoción que se nos represente. La primera clave es trabajar la calma y no llenarnos de prejuicios. Hay que ordenarse emocionalmente frente a cada situación. También hay que trabajar la culpa por salir a trabajar y dejar al niño en una guardería o colegio por jornadas extendidas. Esta situación no debe ser vivida dramáticamente, es importante sostener un equilibrio posible entre trabajo y vida familiar que puede lograrse si lo hacemos de manera consciente.
Cada familia debe buscar dedicarle tiempo real y productivo al niño, jugar con él, conversar no solo de cómo le fue en la escuela, si no de cómo lo tratan sus compañeros, maestras, profesores etc. Identificar si está cómodo en el contexto educativo, o si algo le afecta. Hay que estar atentos a los cambios emocionales de cada niño, siempre son un síntoma de algo. La comunicación y un vínculo fuerte con los niños nos ayudan a evitar posibles casos de bullying escolar, donde muchos niños sufren en silencio, ya que no se animan a hablar o no tienen espacios para expresarse. Además, los padres deben comprender que el estar en una institución educativa contenido y aprendiendo, sociabilizando y desarrollando sus capacidades debe ser visto como un tiempo de acción salugénica para el niño o adolescente.
La familia debe apoyarse en la escuela para promover positivamente el desarrollo integral de su hijo y hablar bien de sus directoras, equipo docente y compañeros. Hay que aprender la importancia de no desautorizar la palabra y postura de la institución. Por último pero muy importante es trabajar las altas expectativas que los padres tienen sobre sus hijos y dejar que el proceso de aprendizaje se manifieste en función a la capacidad de cada niño o adolescente. Los padres deben motivar siempre a dar lo mejor de sí, y no utilizar rótulos como “debés ser el mejor” o “sos un burro”. Los extremos son malos y ninguno aporta nada positivo.
El acompañamiento, la comunicación y el respeto a la institución educativa es clave para un aprendizaje integral del niño o adolescente.