Hay un virus mucho más complejo que tiene un síntoma inicial. Genera cansancio. Primero es un cansancio lento pero que va subiendo, como la fiebre, hasta calentarte la sangre.
Ese virus se genera puertas adentro. Y no hay hisopado que lo detecte ni alcohol en gel que lo contenga. Los primeros en caer, y no hay hasta el día de hoy número certero de positivos, fueron los que se quedaron en casa.
A esos les empezó a calentar la sangre verlo a Juan, el de la esquina, pasar por tercera vez al almacén a comprar primero el queso, después el salame y por último la tira de pan; sabiendo, desde el principio, que lo que quería era un sándwich de salame.
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Después se calentaron los que entusiastamente instaban al “che, cuidémonos entre todos” cuando empezaron a dudar de ese “todos”.
Dijo uno de los pacientes consultados: “A mí me tomaron de gil, yo tengo un negocito chiquito, hago lo que el Estado me pide y estoy parado pero la ayuda no es para mí”.
Ese mismo paciente, impaciente claro, le pasó el bicho a otro. Ese segundo caso se recontra calentó (no tenemos el número exacto de la fiebre pero se mide en palabrotas) cuando, después de estar tres semanas sin ver a sus hijos porque la madre no está en ninguno de las excepciones previstas, vio que en el grupo de WhatsApp de los amigos de fúltbol, los separados andan repartiendo chicos como si nada.
Uno de los casos más notables de este nuevo cuadro está en una mujer que se iba a mudar y la cuarentena la agarró con las cajas armadas, el departamento pintado para entregar y los dos locadores (actual y futuro) esperando el alquiler.
El señor de la mudanza también espera el pago por los cajones de mimbre que no movió. Y espera el pago el de la luz, el del gas, el del cable, el de la expensas (encargado nuevo y encargado futuro).
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Así el número de casos se puede multiplicar por vaya uno a saber cuántos. Con la esperanza puesta en el futuro, entre ellos aún sobrevive el espíritu platónico y republicano de hacer cada uno su parte.
Pero las partes se desgastan, vio. A todos, sanos e infectados, negativos y positivos, graves y recuperados; les embarga esa estigmatización de sentirse giles.
Pero si salieran a la calle, cosa que no harían por legales y leales a los principios ordenados, cantarían estos versos:
“Vivimos revolcaos en un merengue
Y en el mismo lodo
Todos manoseaos
Hoy resulta que es lo mismo
Ser derecho que traidor
Ignorante, sabio, chorro
Generoso o estafador
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!”