Un amigo que no sabe nada de nada de básquet me preguntó el otro día: ¿se llama Super 4 porque juegan 4 jugadores? Más allá de las risas que generó en el grupo que lo escuchaba, la insólita consulta me dejó pensando que no estaba tan errado. Super 4 se podría haber llamado el torneo que se jugó en Córdoba porque vinieron los cuatro fantásticos que aún obligan que nombremos como Generación Dorada a la Selección Argentina de Básquet.
Carlos Delfino miró por la tele el subcampeonato del Mundial 2002 y se sumó a nuestro equipo de los sueños en el 2004 para ser el benjamín de 20 años del histórico plantel que ganó la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Atenas.
Aunque muchos le dicen Lancha, él prefiere más Cabeza, el apodo que eligió para su cuenta de Twitter. Allí, en su perfil, se puede leer una frase que dice mucho: “Me caigo, me levanto, me equivoco, vivo, aprendo, me han herido...pero estoy vivo! Soy humano, no soy perfecto, pero estoy agradecido”.
¡Cómo no va a estar agradecido si hace un mes era casi un ex jugador! Hace tres años la estaba rompiendo en la NBA y después de una volcada en la cara a Kevin Durant (uno de los mejores de la actualidad) se fracturó un hueso del pie. Se operó siete veces y hasta pensó que no iba a volver a caminar.
En junio vino a Río Tercero para acompañar a Pablo Prigioni en un campus y ni soñaba con Río de Janeiro. Un mes y medio después, volvió resucitado a Córdoba para ponerse la 10 argentina en el Orfeo. Y la 10 no se la pone cualquiera. Se sacó fotos con todos, regaló sonrisas y cada uno de sus triples fue festejado por sus compañeros y el público como si valieran por 30. Demostró que un santafesino puede ser adorado en Córdoba y se emocionó cuando lo homenajearon con este video:
Luis Scola tiene 36 años. Esta temporada vestirá su quinta camiseta NBA (Houston, Phoenix, Indiana, Toronto y Brooklyn) pero ningún color le queda mejor que el celeste y blanco. Con la camiseta Argentina no faltó nunca y rompió todos los récords.
Entre Juegos Olímpicos y Mundiales logró una medalla de oro (Atenas 2004), una de plata (Indianapolis 2002), una de bronce (Pekin 2008), dos cuartos puestos (Japón 2006 y Londres 2012) y un quinto (Turquía 2010).
Fue elegido cuatro veces el mejor del Torneo de las Américas, es el máximo anotador argentino en la historia de los mundiales, fue goleador histórico de la Euroliga a los 26 años y llegó a convertir 44 puntos en un partido de la NBA.
Lo que tiene de tamaño (2,06 metros y 111 kilos) lo tiene de talentoso, humilde y comprometido con el país. Llevará con orgullo en sus manos la bandera argentina en la Ceremonia Inaugural de Río de Janeiro. En su corazón, la tiene desde que nació.
Se llama Andrés Marcelo pero para todos es el Chapu Nocioni. Su hermano le puso así porque se ponía colorado en el verano y hoy hasta su mujer y sus hijos lo llaman por su apodo. Su carácter fuerte, su temperamento, su corazón y su locura lo acompañaron en toda su vida y su carrera.
Niño prodigio en su Gálvez santafesino, a los 15 años se convirtió en profesional cuando lo llevaron a Racing de Avellaneda. Fue ídolo en cada club por donde pasó, lo aman en España (donde conoció a su amor) y lo recuerdan en Estados Unidos, donde dejó su huella en los Chicago Bulls de Michael Jordan. También pasó por Sacramento y Philadelphia. Nunca respetó a las “estrellas” y se ganó el respeto de ellos. Pero prefirió volverse a Europa a pelear por algo, antes que ganar más dinero con los yanquis.
“Me transformo en la cancha” y “me odian todos los árbitros” son algunas de sus frases. En la Selección demostró que el número 13 no es de mala suerte, sino todo lo contrario. Con la celeste y blanca le vimos hacer todo: sus volcadas, tapas, robos, triples, asistencias, tiradas al piso y festejos alocados se encuentran fácilmente en youtube.
Lo que no saben muchos es que vino a probarse a Atenas y se fue porque no aceptó jugar en la liga cordobesa. Acá pensaron que estaba loco. Al poco tiempo, y con 19 años, a los que volvió locos fue a los próceres Milanesio, Osella y Campana en una inolvidable serie final de la Liga Nacional del 99 con la camiseta de Independiente de Pico.
Recuerdo haber estado en el Polideportivo Cerutti en esa época y que todo el estadio lo puteara. En ese mismo estadio lleno, el domingo pasado, miles de cordobesitos lo hicieron sentir un cordobés más.
Para el final, nos queda el Maradona o el Messi del básquet argentino. Para unirse a ellos con la M dejó en Bahía Blanca el Emanuel para ser por siempre Manu Ginóbili. Qué más se puede decir de este zurdito que nos obligó a dejar de ver los partidos de la NBA como algo de otro mundo para sentirnos parte. Que nos hizo hinchas de San Antonio Spurs, que logró 4 anillos, fue elegido dos veces para el Partido de las Estrellas y será parte del Salón de la Fama del básquet mundial.
El único basquetbolista campeón de Europa, campeón de la NBA y campeón olímpico. No fue campeón mundial porque un árbitro no lo quiso. Pero venció dos veces al Dream Team, equipo que podría haber integrado si hubiese nacido en norteamérica. No olvidaremos jamás su palomita contra Serbia, sus penetraciones contra gigantes y sus festejos con la bandera argentina.
El jueves pasado llegó a Córdoba, el mismo día en el que cumplía 39 años. En la conferencia de prensa sonreía como un chico. La misma sonrisa que nos provocó durante tantos partidos. Por cuatro días se sintió feliz en nuestra ciudad. La misma felicidad que sintieron los miles de cordobeses que pagaron una fortuna para verlo en el Orfeo.
Al despedirse rumbo a Río, se quebró cuando se dio cuenta que era su último partido con la Selección en nuestro país. Lo que nunca se quebrara es el orgullo que sentimos de que sea argentino.