El mundo lo recuerda como un exquisito del fútbol. Una zurda mágica, capaz de desestabilizar las acorazadas defensas de los mejores equipos que disputaron un Mundial.
No crean que hablo en tiempo presente, así que sáquense de la cabeza a Messi y a Cristiano Ronaldo, a su modo también otros dos exquisitos, pero este capítulo está dedicado a Diego Armando Maradona.
Cómo tantas historias que nos atrapan, la más importante se escribió en un campo de fútbol, el estadio Córdoba, hoy Mario Alberto Kempes.
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Y la otra parte, con ribetes desopilantes sucedió durante un almuerzo en la casa de un reconocido empresario de la construcción en Argüello, al frente de la plaza del barrio, que fue el anfitrión de Maradona antes del partido homenaje que el club Talleres le realizó a José Daniel Valencia en octubre de 2000.
“Sí, claro que voy a estar, cuente conmigo, compadre”, le dijo Diego a Valencia cuando lo visitó en Cuba dos meses antes.
Y ese día llegó un domingo por la tarde con un estadio repleto. Claro que Maradona terminó acaparando toda la fiesta durante el partido que protagonizaron Talleres y las viejas glorias de la Selecciòn, los campeones del mundo del ‘78 y del ‘86.
El partido terminó 3 a 2, con un golazo de Maradona a “Chocolate Baley” pero eso es lo de menos. En el primer tiempo Diego jugó para Talleres y el segundo para la Selección con la camiseta 10, igual que la de Valencia. Se lo vio ágil, tirando paredes, gambeteando rivales que no le opusieron la rudeza de una final. Pidió el cambio cuando sólo faltaban 10 minutos y la ovación más grande del estadio, una vez más, fue casi toda para él.
Peripecias
Lo que muy pocos conocen de esta historia es que la presencia de Maradona en Córdoba nunca estuvo garantizada desde el vamos. Sí se sabía que estaba en un hotel en Buenos Aires, pero su aparición en Córdoba no estuvo exenta de algunas peripecias.
Hubo que organizar un operativo de último momento, de madrugada para ir a buscarlo en un vuelo privado, de la por entonces exitosa empresa SW, de los hermanos Maggio. La firma que años después terminaría envuelta en un escándalo de narcotráfico cuando apareció en España una valija repleta de cocaína de máxima pureza, lo que terminó de sellar la suerte de esa aerolínea y de sus aviones, que todavía hoy están en estado de abandono a un costado de la pista en el Aeropuerto Pajas Blancas.
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Ese vuelo llegó a las 5 de la mañana a Aeroparque y de regreso Maradona estuvo por algunas horas en el Holiday Inn. Al mediodía, el crack aceptó la invitación para compartir un asado, que le hizo el hijo del empresario de Argüello. que estaba en la organización del partido homenaje a Valencia.
Al llegar a la imponente propiedad conocida como “El Cortijo”, lo recibió el dueño de casa, y tras las palabras de bienvenida, le pregunta: “Diego, qué te puedo ofrecer para beber”.
“Vos que estás tomando”, le contesto Maradona.
“Yo estoy tomando Luigi Bosca con Coca”, le dijo el anfitrión suponiendo que lo iba a sorprender.
Maradona ni lo pensó un segundo: “Entonces yo quiero lo mismo que vos”.
No puedo saber si a ciencia cierta de dónde proviene esa costumbre tan arraigada en los obreros de la construcción al final de un día agotador, asadito de falda de por medio, botella de Pritty o Coca Cola cortada al medio, mitad vino tetra, mitad gaseosa.
Ese trago se popularizó con el nombre de rifle.
Y aquella tarde de Argüello, tal vez sin que los protagonistas se lo imaginaran, estaban disfrutando de una variante del popular trago, que después de casi dos décadas, bien pudo quedar bautizado como “el rifle maradoniano”.