El grueso del presupuesto fue principalmente suyo durante más de dos décadas. Hasta el 2020, el Suoem se apropió de más de la mitad de los ingresos del Estado municipal. Incluso hubo largos períodos en los que su porción del dinero que en teoría era para beneficio de toda la población que habita Córdoba capital llegó al 75% de los recursos.
Esa ecuación ruinosa para la ciudad cambió hace dos años. Una serie de acciones de la administración Llaryora instrumentadas en tiempos de cuarentena dura recortó los sueldos de los municipales. Y más allá de las actualizaciones posteriores, el ajuste perduró. En abril pasado los empleados de la Municipalidad ganaron, en promedio, 205 mil pesos mensuales en bruto, un salario que, aunque sigue estando muy por encima del de la mayoría de los trabajadores de esta ciudad, perdió terreno en la comparación con lo que perciben hoy otros gremios del sector público.
La participación del rubro sueldos en el gasto total de la Municipalidad no llegó al 40% el año pasado. Rubén Daniele alude a esa situación usando en sus discursos un absurdo tono de denuncia y plantea que quieren quedarse con el 50% de la plata de la municipalidad, como si existiera una regla que mandara ese nivel mínimo.
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Para que la racionalización del gasto municipal fuera posible, resultó fundamental que el gremio fuera excluido del control administrativo y que su gente no pudiera seguir obstaculizando la recaudación. La capacidad de daño del Suoem se limita a afectar ciertos trámites como el otorgamiento de licencias, o resentir los contados servicios de salud y educación que el Municipio también presta. A propósito de esto, los trastornos que les genera la protesta gremial a las familias, casi todas de bajos ingresos, que mandan a sus hijos a las escuelas municipales, son una muestra brutal del ombliguismo de la corporación que lidera Rubén Daniele desde hace décadas. Hoy podría hablarse de falta de empatía.
Héroe por accidente
Impedido de aplicar la asfixia financiera bloqueando la recaudación, y bastante limitado para afectar las obras y los servicios municipales, el Suoem decidió sacar el conflicto a las calles. La multiplicación de piquetes que enloquecieron el centro de la ciudad tuvo su pico el jueves pasado. Ese día se produjo un episodio complejo: en uno de los muchos cortes simultáneos, el de Sarmiento y Salta, en la esquina del Hospital de Urgencias, un automovilista desobedeció la ley que repentinamente pretendía imponer el Suoem y aceleró pese a que un manifestante le bloqueaba el paso.
El “traslado” del municipal sobre el capó del vehículo terminó unos metros más adelante, sin que el inesperado “pasajero” sufriera ninguna lastimadura de consideración. Más allá de la imputación de rigor por lesiones leves, el conductor no recibirá ninguna sanción judicial por el incidente. Como miles de causas caratuladas así, tarde o temprano irá al archivo. Distinta sería la situación si el municipal hubiera sufrido alguna lesión seria, algo que el gremio intentó instalar dos horas más tarde, con la aparatosa puesta en escena del delegado gremial asistiendo en silla de ruedas a la reunión en el palacio 6 de julio. Luego, el propio activista del Suoem embestido desistió de impulsar la causa.
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El comerciante que manejaba el auto que desafió al arrebatado piquete se convirtió en una especie de involuntario héroe anónimo. Los miles de comentarios que deja el público en las distintas plataformas donde se difunde el video de la escena registrada por el 911 muestran que la sociedad se identifica con ese automovilista puesto en una circunstancia que él no eligió.
Una abrumadora mayoría respalda al ciudadano que, obligado a decidir en una situación imprevista, bajo enorme presión, atravesado vaya uno a saber por qué tipo de emociones, experiencias y necesidades personales, se negó a obedecer la ley que imponía el Suoem. El video, junto a los comentarios que genera, conforman un material indispensable para entender el presente. Y para anticipar lo que podría venir. Una burocrática cámara del 911 retrató la escena que sintetiza como ninguna el hartazgo social hacia los cortes de calle en general y hacia la violencia permanente que ejerce el Suoem en particular.