Durante todos estos días asistí perplejo, no solo a los comentarios de oyentes y televidentes, sino también de amigos y familiares, que avalaban o al menos comprendían el linchamiento por parte de los vecinos de un delincuente en barrio Quebrada de las Rosas, que al final terminó muriendo.
El argumento más utilizado fue que como los ladrones no respetan, ni nuestras vidas, ni nuestros bienes, no hay que vacilar en eliminarlos. Eso fue dicho a viva voz por personas que se creen de bien, que inculcan a sus hijos valores y que inclusive van a la iglesia los domingos.
Es cierto que vivimos en un estadio de indefensión, donde la policía está desbordada o brilla por su ausencia y la justicia libera presos como quien despacha un delivery. Es cierto que todos tenemos miedo de ser los próximos en la lista y oscilamos entre el pánico y el deseo de vengarnos ante tanta humillación, pero eso no nos da derecho a quitarle la vida a nadie, porque nos terminamos igualando a los que decimos combatir.
Hay casos donde es nuestra vida o la de un ser querido o la del delincuente y eso se entiende como legítimo defensa, ahora patearle la cabeza a alguien que está atado a un poste se llama barbarie criminal, aquí y en cualquier lado. La ley de la selva es un boomerang que siempre vuelve.