Hace unos años, un escritor español que participó de un concurso de cuentos en el que yo también participaba, leyó el mío y me comentó sobre “esa habilidad argentina para decir las cosas sin decirlas”.
En aquel momento me pareció un elogio. Hoy no dudo de que fue un reproche. Quizás, en literatura, eso de decir cosas entrelíneas o sugerirlas con el silencio pueda resultar una virtud. Quizás. En la vida cotidiana se vuelve un vicio.
Un clara muestra es el comunicado de la AFA en el que se anuncia que Sergio Romero no va a atajar en el Mundial. Habla de un “bloqueo articular en su rodilla derecha que lo dejará fuera de la convocatoria”. No aclara, por ejemplo, qué fue lo que causó tal bloqueo articular, ni cuál es el camino para solucionar el problema, ni el tiempo de recuperación de la intervención que hipotéticamente habría que hacerle. No aclara nada. Confunde. Abre el camino de la duda, de la sospecha.
Y otra vez lo no dicho. ¿Por qué un comunicado tan mezquino para un tema tan importante? ¿Por qué no esperar estudios que confirmen diagnósticos? ¿Por qué no llamar a una conferencia de prensa para responder todas esas preguntas?
Minutos después, Romero decide responder a través de su mujer, o su mujer responde sin consultarle, o le consulta y Romero asiente. Más dudas. Los tuits de Eliana Guercio tampoco aclaran nada. Oscurecen. Dicen que “la lesión se produjo en el partido contra España. Sergio se hará una limpieza del pequeño cuerpo suelto y con una rodilla que no tiene nada roto, la recuperación tarda dos semanas para estar apto. Pero los intereses particulares valen más que la Selección para algunos”.
¿De qué intereses particulares habla? ¿Quiénes son los “algunos” que privilegian esos intereses por sobre la Selección? ¿Por qué si la lesión se produjo en el partido contra España no se sometió antes a un tratamiento correctivo? ¿Por qué en vez de ese mensaje unilateral no sale por algún medio y responde todas esas preguntas?
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Esa “habilidad argentina para decir las cosas sin decirlas”, como me refirió el escritor español, esas medias lenguas, ese escribir cosas entre líneas, callar a medias, trae como resultado la sospecha. Los dirigentes políticos lo saben mejor que nadie y atestan los medios y las redes sociales de medias tintas. Para entender a nuestros hombres de fútbol, o a nuestros diputados y senadores, hay que adivinar, elaborar teorías, arriesgar hipótesis. Esa es la razón de que todos sospechemos y todos, a la vez, seamos sospechosos.
Si hay algo que queda claro en el caso Romero es que en la discusión pública nacional todo es oscuro. Que son muy raras las ocasiones en que los protagonistas se enfrentan con la verdad a cuerpo gentil y dicen lo que tienen que decir para que el mundo lo entienda sin segundas interpretaciones. Y aun peor. Cuando lo hacen, el público, sin excepción, como fruto de ese enorme mar de sospechas que nos ahoga a diario, empieza también a preguntarse si lo habrá dicho todo, qué cosas habrá escondido, qué habrá querido decir.
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Dudas, sospechas, la paranoia posterior y la dificultad de tomar decisiones basadas en medias verdades, en medias mentiras. Otro de nuestros deportes nacionales, que en este caso cuenta con más aficionados que el fútbol mismo.