La dimensión de la batalla evidencia la gravedad del tumor narco en las entrañas de México. Que el ejército y la fuerza aérea hayan encabezado la operación y que hayan tenido que usar una Vulcan M134 Minigun, ametralladora equivalente a un verdadero volcán de balas montado en un UH-60 Back Hawk, helicóptero de combate usado en las guerras de Irak y de Afganistán, prueba el poderío del ejército narco que tendrían que enfrentar.
La captura del hijo del “Chapo” Guzmán implicó en Culiacán una batalla que la hizo parecer a Bagdad y a Faluya. 30 muertos dejó el combate en la capital de Sinaloa, el estado del noroeste mexicano donde manda una de las más poderosas mafias narcos de México.
En octubre del 2019, fuerzas combinadas del ejército y la policía habían capturado a Ovidio Guzmán, pero la respuesta de las fuerzas narcos fue tan abrumadora que se impuso en la batalla y el gobierno mexicano tuvo que liberar al capo del cartel de Sinaloa.
En el llamado “culiacanazo”, cientos de sicarios capturaron a decenas de soldados y atacaron edificios donde viven familiares de militares, doblegando a las fuerzas del Estado. Por eso en esta segunda embestida para atrapar al jefe narco, el Estado recurrió a una fuerza combinada y dotada de armamento de guerra. Además, se tomaron las medidas tácticas y estratégicas para impedir a las fuerzas del cartel capturar soldados y atacar edificios de familias militares. Esta vez, a la batalla no podía ganarla nuevamente el narcotráfico, como ocurrió en octubre del 2019. Por eso se lanzó una operación en gran escala, como en las guerras regulares. Y aunque el ejército de sicarios quedó ejecutando operaciones los días posteriores, el hijo del Chapo Guzmán terminó encarcelado.
Esta victoria sobre el cartel de Sinaloa le permite al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) recuperar imagen en lo referido a la lucha contra el narcotráfico. Uno de los casos que opacó la imagen de AMLO fue la liberación del general Salvador Cienfuegos, traicionando lo acordado con el Departamento de Justicia de Estados Unidos.
Cienfuegos, ex secretario de Defensa del gobierno de Peña Nieto, fue detenido en el aeropuerto de Los Ángeles en el 2020. La justicia norteamericana le imputaba cuatro cargos de vínculos con mafias narcos. Pero por una fuertísima presión del gobierno de AMLO, hubo un acuerdo por el cual Estados Unidos levantó todos los cargos y envió al general Cienfuegos a México, a cambio de que el Estado mexicano retomara la indagatoria hasta esclarecer los presuntos vínculos. No obstante, sólo un par de meses más tarde, sin haber investigado, Cienfuegos fue exonerado y puesto en libertad.
A esa sombra que quedó en la imagen del presidente mexicano se sumó otra cuando, públicamente, López Obrador se acercó a la madre del Chapo y la saludó afectuosamente durante una visita a Sinaloa.
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Otra sospecha despertó la pasividad del gobierno frente a la narcoviolencia, con el presidente proclamando que a “los balazos responderemos con abrazos”.
Por eso la captura de Ovidio Guzmán, o algún golpe de esa envergadura contra los grandes carteles, resultaba imprescindible para la imagen del presidente México, a punto de iniciar la recta final de su sexenio en el poder.
¿Este éxito del estado mexicano resulta demoledor para el narcotráfico? En absoluto. Las cabezas de las mafias vuelven a aparecer después de cada decapitación y si la victoria del Estado implica el fin de grandes carteles, el narcotráfico muta hacia nuevas formas, pero no se extingue ni se extinguirá mientras continúe siendo un negocio de dimensiones oceánicas.
México ha padecido y padece mafias poderosísimas, como el cártel de los Beltrán Leiva, el de Los Zetas que conducen los hermanos Treviño; el cártel del Golfo; el cártel de Tijuana, de los hermanos Arellano Félix; el cártel de Carrillo Fuentes y el cártel de Sinaloa, que lideró el Chapo y ahora comandaban su hijo Ovidio y “El Mayo” Ismael Zambada.
Durante el gobierno de Felipe Calderón se tomó la decisión de destapar la olla del narcotráfico y atacar el flagelo con todas las armas del estado. Fue entonces que se descubrió la magnitud de la gangrena que carcome al estado mexicano desde adentro y la dimensión del poderío militar de las mafias existentes.
Los ríos de sangre que hicieron correr los ejércitos de sicarios estremecieron a México.
Argentina está viendo lo que implica la instalación de cárteles del narcotráfico. Poco a poco Rosario empieza a parecerse a la Medellín de los noventa y a la Culiacán de estas décadas. El camino es largo y tortuoso.
La caída de un capo narco hace aparecer nuevos capos, mientras que la derrota de un cártel fortalece a los otros cárteles.