En el mismo puñado de días, la Corte Suprema de los Estados Unidos emitió dos fallos que se contradicen en un punto esencial. Por un lado, concedió a todos los ciudadanos el derecho a portar armas en la vía pública, y a renglón seguido, anuló el derecho constitucional al aborto.
Cuál es el punto en el que se contradicen ambos fallos: el argumento de “defender la vida”. Los partidarios de quitar a la mujer el derecho a decidir sobre su cuerpo justifican su posición en el derecho a la vida de las personas, considerando que el carácter de persona, igual que la vida humana, irrumpe en el momento mismo de la concepción.
Que haya persona desde que el espermatozoide fecunda al óvulo, es una convicción de carácter religioso, lo que está fuera de duda es que hay personas en las escuelas, universidades, centros comerciales o donde sea que un psicópata decida disparar a mansalva contra una multitud. Sin embargo, la vida de esas personas que caen abatidas por las balas de los sujetos que de buenas a primeras entran en trace exterminador, tuvo menos valor para los jueces supremos que el derecho a comprar y portar fusiles de asalto y otras armas automáticas y semi-automáticas que sirven para masacrar.
Los mismos jueces que le restan protagonismo a las armas en los exterminios que ocurren habitualmente, poniendo toda la causa de la catástrofe en el desequilibrio mental o emocional del exterminador, esgrimen el argumento de defender la vida de la persona cuando se trata del embarazo.
Es obvio que locos hay en todos los países del mundo y que, por ende, si ese tipo de violencia que son las masacres sin razón alguna se da con semejante asiduidad en Estados Unidos, es porque allí los psicópatas pueden acceder con absoluta facilidad a las armas de guerra.
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La posibilidad de adquirir fusiles de asalto explica que en la sociedad norteamericana ocurra lo que no ocurre, en magnitudes semejantes, en otra sociedad del mundo. Entonces, obviamente, son los fusiles de asalto y otras armas con posibilidad de disparar ráfagas o de gatillar gran cantidad de balas en pocos segundos, los que con su sensualidad mortal despiertan el psicópata dormido que muchos llevan dentro y lo ponen en trance exterminador.
De tal modo, si se prohibiera el acceso a fusiles de asalto y otras armas de guerra que, por su capacidad de disparar gran cantidad de proyectiles en pocos segundos, son los que provocan masacres, ese tipo de tragedia dejarían de ocurrir, o se producirían con muchas menos asiduidad. Por lo tanto, la prohibición de ese tipo de armas salvaría muchas vidas. Pero esas vidas interrumpidas sin razón alguna, valen menos en la consideración de los jueces supremos norteamericanos, que las vidas producidas en los primeros trece meses de la fecundación del óvulo. Y también, al parecer, valen menos que las millonarias ganancias de los fabricantes de armas en el único país del mundo en el que hay más armas que habitantes.
Poco después la Corte anuló el derecho constitucional al aborto que se había originado en un caso emblemático ocurrido en 1973: Roe Vs. Wade. Aquel fallo histórico había dado la razón a una joven de 22 años que demandó al fiscal de Texas Henry Wade, quien le prohibió el derecho a abortar.
Los mismos miembros del máximo tribunal de Estados Unidos anularon la ley que restringía la portación de armas en la vía pública que regía en el estado de Nueva York, allanando el camino para que queden anuladas las leyes igualmente restrictivas que rigen en California, Massachusetts, Maryland, Nueva Jersey, Rhode Island y Hawaii, aunque la lógica y la estadística indican que esta determinación incrementará el número de muertes por disparos de armas de fuego.
Pero en ese punto no importan la vida de la persona del mismo modo que en las concepciones religiosas y conservadoras importa en los primeros meses de la gestación.
Dos fallos de impacto oceánico en la jurisprudencia, la sociedad y la política norteamericana. Dos fallos que son consecuencias del desequilibrio a favor del conservadurismo religioso que provocó Donald Trump al designar a tres exponentes de las vertientes jurídicas más conservadoras: Neil Gorsuch, Brett Kavanaugh y Amy Coney Barrett.
Tras la muerte de Ruth Bader Ginsburg, Trump completó la tarea de destruir la tradición de que la Corte Suprema estuviera equilibrada en su composición. El equilibrio se daba entre exponentes de las vertientes conservadoras, exponentes de las vertientes progresistas y exponentes de posiciones intermedias. Pero el último gobierno republicano dejó en mayoría al conservadurismo duro, violando también la tradición de dejar al próximo gobierno el nombramiento que produzca una vacante en el último año de mandato.
Al morir la gran exponente de la vertiente liberal de la jurisprudencia que fue Ruth Bader Ginsburg, nombró a la fundamentalista Coney Barrett.
Las consecuencias están a la vista. Y habrá más. Por cierto, todas en el mismo sentido.