La caída del Silicon Valley Bank (SVB) y, a renglón seguido del Signature Bank, hicieron correr un escalofrío por el sistema financiero mundial.
El recuerdo del derrumbe Lehman Brothers recorrió las bolsas de las principales ciudades del planeta. Que cayera una compañía financiera fundada en 1850, anunciaba que inexorablemente habría un efecto dominó derribando muchas otras. La sombra de la crisis por las hipotecas subprime oscureció la banca europea, que merodeó los bordes del pánico ante la posibilidad de otra crisis como aquella que cruzó el Atlántico en el 2008.
Las diferencias son muchas y posibilitan pensar que la caída del SVB y del Signature Bank podrán provocar algunas caídas más, pero el sismo no alcanzaría la intensidad que tuvieron las crisis financieras de la primera década del siglo 21.
En el origen de este tembladeral están los principales clientes del SVB, que son las compañías tecnológicas. Estas empresas están siempre buscando fondos para expandirse y, en esta oportunidad, el encarecimiento del crédito por la suba de las tasas que efectuó la Reserva Federal para contener la inflación hizo que las compañías tecnológicas recurrieran a sus propios depósitos. En ese punto chocaron con la falta de liquidez del banco debido a que carecía del colchón financiero que debiera haber tenido para afrontar corridas.
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El Estado norteamericano tendría que exigir a los bancos tener ese colchón de reserva, pero no lo hace. Y hay banqueros, como los del SVB y el Signature Bank, que para amplificar sus ganancias usan los fondos que deberían tener como resguardo y prevención de crisis, realizando además inversiones poco recomendables por ser de alto riesgo.
Ese cóctel de irresponsabilidad y temeridades financieras ha permitido a los banqueros amasar fortunas descomunales. Pero cuando la burbuja explota, sobreviene la debacle.
Lo increíble es que, habiendo vivido crisis financieras tan devastadoras como la del 2008, sigan siendo tan flácidas las regulaciones y controles sobre el sistema bancario.
La pregunta es si también ahora a los banqueros y CEOS irresponsables que, por ampliar ganancias, desprotegen a sus ahorristas, el Estado les salvará los bancos y los dejará en sus cargos con sus abultados sueldos y honorarios.
Tanto el gobierno del republicano George W. Bush como el de su sucesor demócrata, Barak Obama, echaron mano a las arcas del Estado norteamericano para salvar a los bancos, como seguramente hará ahora el gobierno de Joe Biden. Lo que no debería hacer el actual presidente es dejar las cosas como están después de haber salvado desde el Estado, una vez más, a la banca privada de las encrucijadas en las que la coloca la codicia de algunos banqueros.
Que las arcas públicas de los Estados Unidos salgan a devolver los ahorros que los bancos no pueden devolverles, tiene la lógica de evitar males mayores.
Lo que no tiene lógica es que todo quede como está, sin que paguen por su aventurerismo los tiburones financieros que buscan el máximo de rentabilidad con el mínimo de resguardos para protección de los ahorristas.
¿Se atreverá Joe Biden a lo que no se atrevieron Bush hijo ni Obama? Esa pregunta vendrá después de que haya pasado este tembladeral. Por el momento, el mundo cruza los dedos y se pregunta si habrá efecto dominó como el que provocó la caída de Lehman Brothers.