A pesar de ser el presidente de más edad en la historia de Estados Unidos, Joe Biden ha decidido buscar la reelección. ¿Cómo se explica que un mandatario con resistencias dentro de su propio partido y con una escuálida aprobación de su gestión, aspire a un segundo mandato que concluirá cuando él tenga 86 años?
La primer explicación está en la tradición política: desde George Washington, que fue el primer presidente norteamericano, casi todos los mandatarios han buscado la reelección por una sola vez, con la excepción de Franklin Roosevelt, reelegido tres veces por la realidad también excepcional que implicaron la Gran Depresión de los años ’30 y la Segunda Guerra Mundial. Por eso, buscar la reelección se convirtió en una tradición. La postulación a la reelección constituye un examen que un presidente aprueba o desaprueba.
La tradición señala que Biden debía postularse para el segundo mandato consecutivo que le permite la Constitución. No obstante, su edad le justificaba presentarse como un presidente de transición, cuya tarea principal era poner fin a la disrupción política que implicó el mandato de Donald Trump.
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Por la edad que Biden tendrá durante un eventual segundo mandato, lo recomendable era asumirse y presentarse como mandatario de transición, potenciando una figura joven del Partido Demócrata. Postularse nuevamente se justificaría sólo si todo anduviese tan viento en popa que las encuestas mostraran al mandatario como un claro favorito para imponerse en los próximos comicios. Pero la retirada bochornosa de Afganistán, la inflación persistente, el débil crecimiento de la economía y la falta de resultados de la política inmigratoria, entre otras cosas, han debilitado sus chances de ser reelecto.
Por eso la pregunta es qué razón llevó al jefe de la Casa Blanca a proclamar una postulación con tantas contraindicaciones. La respuesta oficial será que el gobierno demócrata confía plenamente en que lo mejor está por venir y que, en los próximos meses, la economía empezará a acelerar el crecimiento y la inflación a ceder hasta extinguirse, por lo que no habrá mejor candidato en el oficialismo que el actual presidente. Pero esa respuesta no tiene que ver con la verdad.
Más verosímil es el hecho comprobable de que Kamala Harris no levantó vuelo en las encuestas, como se esperaba cuando se convirtió en vicepresidente. Y más allá de la vicepresidenta, nada sobresale en la dirigencia del Partido Demócrata. No obstante, la principal razón del anuncio de Biden es otra. Lo que verdaderamente empuja al presidente a intentar la reelección, es que “la grieta” tiende a sostener los liderazgos que mejor la representan, cortando el paso a nuevas expresiones que no estén emparentadas con los aborrecimientos cruzados entre los bloques enfrentados.
Así como en Argentina ese fenómeno que parte las sociedades con fracturas políticas profundas que supuran odio político favorece a figuras como Cristina Kirchner y Mauricio Macri, mientras que en Brasil la radicalización que agrietó la sociedad engendrando el liderazgo de Jair Bolsonaro, favoreció al retorno de Lula da Silva al Palacio del Planalto, en los Estados Unidos, Hillary Clinton y Joe Biden potencian a Donald Trump, y viceversa.
Como en el Partido Republicano el magnate neoyorquino aparece con más sólido respaldo que el otro referente del ultraconservadurismo, Ron DeSantis, y de los demás aspirantes a la postulación del partido de los conservadores, esa realidad entusiasma a Biden porque siente que si el adversario, en lugar de una figura joven, es de nuevo Trump, quien de ganar tendrá 82 años al concluir el mandato, sus chances de conseguir la reelección son mayores.
Además, por haberlo sacado de la Casa Blanca, Joe Biden es la figura talismán del esa gran porción de la sociedad norteamericana que ve peligrar el sistema de seguridad social y la democracia liberal, además de derechos individuales y conquistas de la mujer como el derecho al aborto.
Para esa porción mayoritaria de la sociedad norteamericana, Trump embestirá contra la democracia para imponer su modelo de liderazgo autocrático y terminará de destruir el equilibrio histórico entre conservadores y progresistas en la Corte Suprema, eligiendo más jueces supremos ultraconservadores que revierta las leyes progresistas que ensancharon la inclusión en muchos ámbitos.
Otra razón por la cual Biden, a pesar de su edad y de las fragilidades de su gestión, decidió volver a candidatearse, es porque al no haber crecido, como esperaban los demócratas moderados, la figura de Kamala Harris hasta volverse competitiva, la expectativa estaba en el ala izquierda. Pero además de perder fuerza una de las figuras fuertes del progresismo duro, Elizabeth Warren, ese sector ya no puede impulsar a Berni Sanders, de más edad aún que el actual presidente.
El senador Vermont fue uno de los primeros dirigentes antisistema en el mundo, porque comenzó en las postrimerías del siglo 20 a decir que el establishment político norteamericano y también las dirigencias políticas de todo el mundo, ya no representaban a la sociedad.
Pero fue en la derecha de Estados Unidos donde apareció el antisistema exitoso porque hasta con sus modales rompía los moldes que formateaban a la clase política: Donald Trump. Y para competirle a un exponente del antisistema, la carta lógica a jugar es un exponente de la clase dirigente convencional. Y eso es Joe Biden.