“Esta Convención Constituyente representa, sin dudas, una gran oportunidad para lograr acuerdos amplios y sólidos que permitan dar origen a una nueva Constitución, que sea reconocida y respetada por todos los chilenos”, dijo el entonces presidente Sebastián Piñera al inaugurar la asamblea en junio del 2021. Pero el sectarismo ideologizado impidió, desde la izquierda primero y desde la derecha después, que se alcanzaran esos necesarios acuerdos “amplios y sólidos”.
Embriagados de triunfalismo, izquierdistas y derechistas sucesivamente se negaron a consensuar porque sus respectivos triunfos en los comicios constituyentes los hicieron sentir con derecho a una carta magna que los refleje ideológicamente a ellos, y no a toda la sociedad chilena.
El resultado fue un camino que no lleva a ninguna parte y sólo dejó en la historia chilena la marca bochornosa de un proceso constituyente fallido. Pero también una lección: los respaldos electorales son efímeros y el punto de estabilidad no está en ningún extremo, sino en el centro.
Por buscar demasiado cambio, todo terminó quedando igual. Fue el proceso más extraño y paradojal de la historia chilena. Gabriel Boric terminó sintiendo alivio por el fracaso de lo que tanto ansiaba dejar como marca de su gobierno: una nueva Constitución que reemplace a la que dejó la dictadura de Pinochet.
¿Por qué lo alivió un fracaso? Porque la carta magna que le habría tocado inaugurar era mucho más conservadora y ultra-libremercadista que la dictada en 1980 bajo régimen militar.
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La voluntad de reemplazar la Constitución que dejó Augusto Pinochet terminó extraviándose en un laberinto de posiciones tan irreductibles y extremas que desembocó en un punto muerto, dando una vida más a la vieja carta magna que se pretendía reemplazar.
El reemplazo de la Constitución pinochetista que habilitó Sebastián Piñera para calmar las masivas protestas del 2019, fue aprobado en el referéndum del 2020 con el 78% de los votos y la primera elección de constituyentes generó una contundente mayoría izquierdista y anti-sistema, que en lugar de dialogar con las minorías de centro y del conservadurismo, redactó una carta magna enteramente a su gusto. La consecuencia fue que el referéndum para aprobarla o rechazarla decidió en las urnas, con el 62% de sufragios, un abrumador rechazo.
A esa altura, en el Palacio de la Moneda al despacho principal ya lo ocupaba Gabriel Boric, quien si bien asumió una posición moderada y recomendó a los constituyentes izquierdistas dialogar y consensuar todo con los representantes de la centroderecha y de la derecha, se vio debilitado por el fracaso de aquel primer intento.
Chile marchó entonces hacia una segunda Convención Constituyente y, esta vez, la elección de asambleístas le dio una mayoría enorme a la derecha extrema, representada por el Partido Republicano, la escisión ultra de la conservadora Unión Demócrata Independiente (UDI). A los constituyentes que responden al líder pinochetista José Antonio Kast se sumaron los de la coalición conservadora Chile Seguro, alcanzando el dominio de la Asamblea.
Pero la derecha dura cometió el mismo error que en el primer intento habían cometido las fuerzas izquierdistas y los movimientos indigenistas: dejó de lado la búsqueda de consensos y redactó una constitución a su propio gusto.
La nueva propuesta constitucional fue tan ideológicamente escorada como el fallido proyecto constitucional anterior, aunque en la vereda opuesta.
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La consecuencia fue la misma. El referéndum para aprobarla o rechazarla, la rechazó también de manera contundente.
El mensaje de las urnas, en definitiva, parece reivindicar a los gobiernos dialoguistas de la Concertación Democrática que encabezaron Aylwin, Frei, Lagos y Bachellet, y de la centroderecha que encabezó Piñera. Aquellas décadas de pragmatismo y de reforma en cámara lenta fueron menos traumáticos que lo iniciado tras las masivas protestas del 2019.
La Constitución de 1981 fue objeto de decenas de reformas, la más profunda de las cuales fue realizada en el 2005, cuando gobernaba el socialista Ricardo Lagos. Aún así, en sus páginas se mantiene el espíritu autoritario, conservador y neoliberal de su principal creador, el senador Jaime Guzmán, asesinado en 1991 por el ultraizquierdista Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
Boric no es un dirigente ideologizado. A las posiciones radicalizadas que tuvo como líder estudiantil en la Facultad de Derecho y en las protestas callejeras, las dejó de lado cuando llegó al Congreso como diputado por la región de Magallanes. Pero no pudo controlar las fuerzas que lo llevaron a la presidencia y su gestión se volvió traumática y frustrante.
El impulso reformista terminó extraviándose en un laberinto. Las ansias de cambio fueron desmedidas y provocaron marchas y contramarchas que desembocaron en ningún lado.
Era importante reemplazar la Constitución de Pinochet. Pero los ideologismos lo impidieron.
Las urnas, finalmente, terminaron apuntando al centro. Pero aún no encuentran el camino.