El planeta no deja de emitir señales a la humanidad. La tierra devastó ciudades turcas y sirias, mientras a las ciudades de Ucrania las devastan los bombardeos rusos.
Las amenazas que se esconden entre los pliegues de capas subterráneas existieron desde siempre, pero ahora se le suman las que ponen en riesgo a la biósfera por el cambio climático que modifica la superficie terrestre. Un cambio que posiblemente está entre las causas de la era de pandemias que ha comenzado con la irrupción del coronavirus.
La especie humana está amenazada por las entrañas del planeta y por la mutación climática que incendia bosques y modifica la biósfera generando microorganismos que causan epidemias que la globalización esparce velozmente por el orbe.
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En semejante encrucijada, lo razonable sería que la humanidad reemplace el orden internacional vigente, cuya existencia responde a otros momentos de la historia, por un sistema diseñado para defender la especie de las nuevas acechanzas.
El orden mundial vigente no sirve para que la especie se defienda de las amenazas que ahora afronta y que, por primera vez, ponen en riesgo su existencia. El sistema que impera no tiene que ver con el tipo de riesgos que hoy existen. Al contrario, los potencia. Es así, claramente, en lo referido al cambio climático y las pandemias. En el caso de los reacomodamientos geológicos que causan terremotos, no tienen que ver con la actividad humana. Pero los líderes y gobiernos que imperan pueden agravar sus consecuencias, como está ocurriendo en Idlib, región que además de la devastación que causó el sismo padece las mezquindades y desentendimientos del régimen de Bashar al Asad con Tahrir al Sham, la milicia salafista que controla esa parte del norte de Siria.
Por estar la región de Anatolia sobre una falla geológica, los terremotos han acompañado la historia de Turquía. El que sacudió la sureña provincia de Kahramanmaras, tuvo la misma intensidad del sismo que, en 1939, causó 30 mil muertes en Erzincan. Similares niveles de destructividad tuvo el sismo que dejó 17 mil muertos en Izmit en 1999.
El actual gobierno turco mostró mejor preparación que los gobiernos anteriores. Pero el sismo evidenció gran cantidad de construcciones sin las características antisísmicas que se imponen, sobre todo en regiones situadas sobre fallas geológicas. También puso en evidencia más pobreza y vulnerabilidades en las regiones kurdas y la fragilidad en la situación de las masas de refugiados albergados en ese país, además de los reparos del gobierno de Erdogán para evitar que los kurdos del sur ayuden a los kurdos del norte de Siria que también fueron golpeados por el sismo.
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Si el orden mundial vigente no hubiese anulado la capacidad de visualizar su completa inutilidad, el espanto ante la tragedia natural que se abatió sobre turcos y sirios sería alcanzado en magnitud por otro espanto: el que causa ver que, mientras crecen las estadísticas de muertos recogidos entre escombros, el Kremlin continúa bombardeando ciudades ucranianas y preparando una gran ofensiva para conquistar todo el territorio que se extiende al este del río Dnieper, mientras las dos potencias más poderosas del planeta se enfrascan en una escalada de tensión que tiene como eje un presunto espionaje aéreo: el caso del globo chino que voló sobre Estados Unidos.
Todo muestra que, ante las nuevas amenazas, ese tipo de disputas y guerras como la que impuso Rusia en Ucrania, carecen totalmente de sentido. Pero seguirán ocurriendo, aunque equivalgan a pelear en la cubierta del Titanic.