En Guatemala, las urnas terminaron de consolidar una sorpresa prometedora, mientras que las urnas de Ecuador anunciaron que el asesinato del mayor denunciante del narcotráfico y de la corrupción correísta, no afectó la performance de Luisa González, la candidata de Rafael Correa que ganó la primera vuelta, aunque deberá dirimir el ballotage con Daniel Noboa.
Christian Zurita, el candidato que ocupó la postulación que quedó vacante por la muerte de Fernando Villavicencio a manos de sicarios narcos, quedó compitiendo por el tercer puesto con Jan Topic, el aspirante a versión ecuatoriana de Nayib Bukele.
Si el crimen de quien denunció la corrupción en el gobierno de Rafael Correa y también enfrentó como pocos a las mafias narcos y a la minería ilegal, no restó suficientes votos a la candidata correísta (a pesar de que el correísmo dice ganarían en primera vuelta y si no es así es porque hubo fraude) ni sumó apoyo al partido anti-corrupción y anti-mafia del candidato asesinado, lo que las urnas dejaron a la vista es que para la mayoría de los ecuatorianos no fueron prioridad ni la corrupción ni el narcotráfico.
Por el contrario, la lucha contra la corrupción definió el proceso electoral en Guatemala.
Mientras en Argentina, el hartazgo con la dirigencia política inepta y corrupta se canalizó en un exponente del anti-sistema que propone “dinamitar” en Estado y la economía vigentes; en Guatemala ese hartazgo se canalizó a través de un dirigente “outsider” que propone destruir la corrupción.
Mientras la última tentación de los argentinos es “la destrucción” de la economía colonizada por políticos ineptos y demagogos, la decisión que los guatemaltecos expresaron con el voto es “la destrucción” de los negocios de la corrupción.
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Eso representa Bernardo Arévalo, un sociólogo y diplomático de carrera que no llega a la política desde aparatos partidarios, sino desde afuera de la política. En rigor, desde el 2020 es diputado por el partido Semilla. Pero esa agrupación se formó contra el gobierno corrupto y autoritario de Alejandro Giammattei, y también contra la dirigencia política tradicional, corrompida y de muy baja calidad democrática.
Fue la sorpresa en la primera vuelta, al lograr dirimir en ballotage la presidencia con Sandra Torres, la líder del movimiento centroizquierdista que fundó junto a su difunto ex marido Alvaro Colom, un socialdemócrata que al llegar a la presidencia se acercó peligrosamente al chavismo para obtener las prebendas petroleras que ofrecía Hugo Chávez a los gobernantes que se encuadraran tras su liderazgo a nivel continental.
Colom y su tercera esposa se habían divorciado sólo con el objetivo de que ella pudiera ser candidata a la presidencia. La ambición de poder de Sandra Torres es tan grande que, cuando las encuestas vaticinaron el triunfo de Arévalo, se alió con el corrompido y autoritario establishment conservador que encabeza Giammattei, para evitar que la derrote su oponente, al que acusó de “ultraizquierdista”.
Torres perdió su primera elección presidencial contra Jimmy Morales y la segunda contra Giammattei. Ahora le tocó perder con Arévalo, después de largos meses con las encuestas señalándola como segura ganadora.
El mayor vínculo con la política del presidente electo no está en los dos años que lleva como diputado ni en los cargos diplomáticos que tuvo durante el gobierno de Ramiro León Carpio. El mayor vínculo es que su padre fue el primer presidente elegido democráticamente. Y no sólo eso: Juan José Arévalo encabezó entre 1945 y 1951 un gobierno que generó reformas democráticas y sociales imprescindibles, que intentaba continuar su sucesor, Jacobo Árbenz, cuando fue derrocado por un golpe organizado por la CIA, apoyado con bombardeos norteamericanos y propiciado por la compañía bananera United Fruit, que acusaba de “comunistas” a los dos presidentes más democráticos que ha tenido ese país centroamericano hasta finales del siglo 20. Posiblemente, habrán sido los más democráticos hasta que el hijo de Juan José Arévalo se convierta en presidente.
¿Podrá Bernardo Arévalo lanzar la lucha frontal contra la corrupción que impera desde los tiempos de Castillo Armas, el coronel que con la CIA y la United Fruit destruyó la democracia en 1954? ¿Podrá hacerlo, o lo derribará la dirigencia que con Alejandro Giammattei alcanzó el mayor nivel de corrupción y arbitrariedad?