Con quienes me cruzo en la calle, acotan, insultan o se desahogan sobre el paro de "nuestro" transporte público.
“Usted que puede mándelos al carajo”, me decía ayer un hombre, tambaleante con su bastón en el cordón de la vereda en donde esperaba, infructuosamente, un colectivo que nunca iba a llegar. Le pregunté el nombre y lo invité a subir a mi auto. Pero no se movió de ahí Don Antonio.
Me puse a pensar qué esperaría por horas ese hombre, chupándose el frio de la tardecita. Apoyado sobre su sostén de madera. Adónde tendría que llegar. A quién tendría que cuidar.
Y se me vino a la cabeza Marin. Y su mamá y su vida. Y me pregunté si tendría un Antonio en su familia, al que ha dejado a pie en estos días.
Marín es el patotero del dedito. ¿Lo tenés? Es el que amenaza en pantalla y manda a decir en la cámara de televisión, a quien lo quiera escuchar, que "no nos tiene miedo. A nadie".
Es ese tipo que comanda un grupito de choferes de colectivos, que vestidos de King Kong y envalentonados por él, salieron a joderle la vida a todos los ciudadanos de la ciudad. Ciudadanos que, seguro, esperan un aumento de sueldo mayor, como ellos.
Ciudadanos que, también debe ser seguro, si no iban a trabajar ayer, como lo hacen todos los días los choferes, poniendo el traste horas y horas arriba de los colectivos, podían perder su trabajo.
¡Ahí está el punto!
Todo lo que perdimos en estos tres días, que ellos no perdieron. Y todos los “permitidos” que ellos tienen y nosotros no. Eso, acá y en la China se llama INJUSTICIA.
- ¡INJUSTICIA! Por no ser medidos, como trabajadores, con la misma vara.
- ¡INJUSTICIA! Porque no nos defienden a todos por igual.
- ¡INJUSTICIA! Porque fiscales, jueces, gobernantes, no saltan de sus sillas para sacarlos de las calles y devolvernos la seguridad y el transporte que son nuestros.
Me pregunto con tristeza, no solo de periodista, sino de trabajadora que hace rato ha perdido la confianza en las organizaciones sociales: ¿Cuál ha sido el eslabón que se cortó, que hizo caer la cadena de la dignidad y la lucha por el trabajo, para convertirse en una puja interna de poderes espúreos entre dirigentes?
También me pregunto:
- ¿Por qué nadie los detiene en esta locura de tomar una ciudad como si fuera de ellos?
- ¿Por qué nunca cumplen con la amenaza de despedirlos si no deponen la medida?
- ¿Por qué nuestras autoridades no tienen la fortaleza de torcerles el brazo y ganarles una batalla (por lo menos una)?
- ¿Por qué nadie se anima a modificarles los históricos y desactualizados convenios colectivos?
Mientras Antonio y su bastón, y yo (y mi verborragia recomendada por Antonio) nos sacamos bronca de adentro, entre palabras dichas y escritas, también siento que esto, a ellos, les importa un comino. Porque seguramente, muy pronto, estaremos en la misma.