El último crimen de la dictadura fue la mal planificada y mal organizada ocupación del archipiélago. Era un régimen criminal que improvisaba una operación militar peligrosísima para salvarse a sí mismo de sus propios fracasos. Las apuestas que envalentonaron al general Galtieri y la cúpula militar eran totalmente aventuradas.
Con oceánica negligencia, apostaba a que los británicos no recorrerían semejante distancia para recuperar el control de las islas. Esperar que no navegue un país insular, que llevaba siglos como potencia naval, resultaba absurdo. También fue absurdo o, más bien, ignorante y negligente, suponer que Estados Unidos se pondría del lado argentino si estallaban los enfrentamientos.
Para la dictadura, Washington se alinearía en virtud del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) porque allí se establece que, si un país del continente americano es atacado en su territorio por una potencia extra-continental, todos los países americanos están obligados a defenderlo.
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Una doble ignorancia explica esa expectativa absurda. Ignorar un vínculo histórico profundizado en las dos guerras mundiales, y las sociedades estratégicas entre Washington y Londres. Y también ignorar la posición norteamericana respecto al archipiélago austral.
Si tan sólo hubieran mirado un mapamundi norteamericano habrían visto que las Malvinas figuran como Falkland Islands, o sea que, para Estados Unidos, pertenecen a Gran Bretaña. De tal modo, el pacto que se activaba no era el TIAR, sino el Tratado del Atlántico Norte, cuyo artículo quinto establece que si un país suscriptor era atacado por un país ajeno a la alianza, todos los demás deben actuar para defenderlo. Por lo tanto era la Organización del Tratado de Atlántico Norte (OTAN) y no el TIAR lo que podía activarse, porque para Estados Unidos la invasión ordenada por Galtieri implicaba el ataque al territorio de un país miembro de la alianza por parte de un país ajeno a ella.
A la ignorancia y la negligencia, se sumó la criminalidad de enviar un ejército de reclutas sin adiestramiento, sin armamento adecuado, sin protección del alto mando y sin la logística necesaria, a enfrentar a un ejército profesional con armamento sofisticado y respaldado por la OTAN.
Sólo el coraje que mostraron miles de soldados, oficiales y suboficiales que participaron en los combates, redime al país que ovacionó un anuncio delirante y monstruoso el amanecer del 2 de abril de 1982.
Más allá de las razones históricas y geográficas que avalan la posición argentina, haber llenado la Plaza de Mayo a un dictador para apoyar una decisión irresponsable, muestra una sociedad errática y manejable, capaz de ver un estadista donde había un criminal obtuso.
El valor con que lucharon los soldados con los oficiales y suboficiales que estuvieron en los campos de batalla, es lo único que redime al país muchedumbre que apoyó otro de los crímenes de una dictadura atroz. El crimen que encuadró en la definición de Samuel Johnson, el ensayista británico del siglo 18 para quien “el patriotismo es el último refugio del canalla”.