En los años ’70, un chiste recorría Estados Unidos describiendo la realidad del poder desde la ironía: ¿qué ocurriría si muriese Kissinger? Respuesta: Nixon se convertiría en presidente.
Estaba claro que la neurona de aquel gobierno norteamericano no era el paranoico republicano que ocupaba el Despacho Oval de la Casa Blanca, sino el hombre que estaba al frente de la Secretaría de Estado.
Richard Nixon no tomaba decisión alguna sin consultarlo con Henry Kissinger, quien acaba de morir, a los cien años, en su casa de Connecticut. Por eso, sin haber sido presidente, aparece en la portada de todos los diarios del mundo y su nombre se repite en todos los noticieros de radio y televisión del planeta.
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Sus fotos con el líder comunista chino Mao Tse-tung y con el canciller del régimen Norvietnamita, Le Duc Tho retratan sus mayores éxitos, al que se debe sumar el apoyo a Israel que revirtió la guerra del Yom Kippur y su descubrimiento de que Anuar el-Sadat sería el primer líder árabe con el que se firmaría la paz.
Kissinger fue el equivalente en el siglo XX al influyente ministro de asuntos exteriores del Imperio Austrohúngaro en el siglo XIX. Clemens von Metternich forjó la “Europa de Hierro” tras la derrota de Napoleón, pero sin humillar ni asfixiar a Francia. O sea, la política de Metternich fue la contracara decimonónica de ese gigantesco error que marcó la primera mitad del siglo XX: el Tratado de Versalles, que asfixió a la Alemania derrotada en la Gran Guerra que terminó en 1917, iniciando el trayecto inexorable hacia la Segunda Guerra Mundial.
Metternich inspiró en Kissinger la búsqueda de los “equilibrios legítimos”. Pero ese judío de Baviera, cuya familia dejó Alemania huyendo del nazismo y se radicó en Estados Unidos, que se formó bajo el auspicio de la familia Rockefeller, junto a grandes y positivos logros en el rediseño del tablero internacional, dejó capítulos muy oscuros en la historia de Estados Unidos.
Fue él quien entendió que ganar todas las batallas no implicaba poder ganar la guerra en Vietnam. Los marines del general Westmoreland podían seguir acumulando triunfos en los campos de batalla, pero a la guerra la ganaría inexorablemente el Vietcong. Entender eso llevó a Kissinger a negociar con el canciller norvietnamita Le Duc Tho la tregua de 1973, que fue el inició de la marcha hacia el final de la guerra dos años más tarde.
No obstante, el Premio Nobel de la Paz que ganó por la retirada norteamericana fue una ironía absurda, porque antes de llegar a la conclusión de que Estados Unidos y Vietnam del Sur no podían ganar aquella guerra, Kissinger fue el gran impulsor de brutales ofensivas y de la devastación de la flora en la jungla que flanquea al río Mekong con el uso masivo de Napalm, fósforo y defoliantes, como el agente naranja.
Además, el más de medio millón de muertos que provocaron los bombardeos masivos que Kissinger impulsó sobre Laos y Camboya, lo convierten en un genocida.
Por cierto, su mayor aporte a la geopolítica norteamericana, fueron los entendimientos que tejió con el primer ministro chino Chou En-lai, para alcanzar los acuerdos que firmaron Nixon y Mao Tse-tung.
Kissinger convenció a Nixon de la conveniencia de abandonar a la china nacionalista de Chiang Kai-shek (Taiwán), aceptando considerar a la isla como “una provincia china en rebeldía” y dejando la representación en la ONU sólo a China comunista, para impedir que un futuro eje chino-soviético se convirtiera en un polo de poder insuperable para el bloque occidental.
Mao se había distanciado de la URSS a partir de la “desestalinización” que había iniciado el sucesor de Stalin, Nikita Jrushev. Pero siendo dos gigantes comunistas y habiendo Mao Tse-tung triunfado en la guerra civil china gracias al apoyo soviético, era posible imaginar un eje Moscú-Pekín. A ese peligro lo conjuró Kissinger con su llamada “diplomacia del ping pong”.
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Su otro gran logro fue descubrir en Anuar el Sadat al líder con el que se podía alcanzar el primer reconocimiento de un país árabe a Israel, iniciando el camino que desembocó en los acuerdos de Camp David entre Egipto y el Estado judío.
Pero hubo otras páginas negras que se sumaron a los aniquilamientos en Indochina en la historia del gran Maquiavelo del siglo XX. Kissinger fue el ideólogo de golpes sanguinarios como el que derribó a Salvador Allende, a quien Kissinger odiaba sin razones lógicas.
Aquel secretario de Estado puso a la CIA a diseñar y financiar el golpe que llevó al poder a Pinochet en Chile. También avaló esa entente clandestina y criminal que fue el Plan Cóndor, asesorando en ese sentido al dictador paraguayo Alfredo Stroessner.
Su estrategia para neutralizar la influencia soviética a través de Cuba, propició dictaduras de la peor calaña, haciendo correr ríos de sangre en el Caribe y América Central.
Por eso, en estas horas, los discursos políticos y las páginas de la prensa mundial se colman de elogios y también de condenas a la figura que acaba de morir: una de las mentes más influyentes en la historia del siglo XX.