Cuando el 11-S dos aviones se incrustaron como dagas en las Torres Gemelas de Manhattan, otro estallaba contra un ala de Pentágono y un cuarto vuelo comercial caía en Pensilvania, al mundo se le presentó un nombre extenso y extraño que representaba algo más extraño aún: Osama bin Muhamad bin Awda bin Laden.
El millonario saudita fue el autor de ese masivo ataque en territorio norteamericano que dejó más tres mil muertos.
Por primera vez en la historia de Estados Unidos, el principal enemigo de la superpotencia occidental no era otro Estado o alianza de países, sino un individuo con nombre y apellido.
Desde entonces se vivieron guerras extrañas, como la que, en alianza fáctica con Irán y con el asediado régimen pro-iraní de Bashar al Asad, los norteamericanos combatieron al sanguinario “califato” de ISIS que ocupó territorios en Irak y Siria.
Ahora, el mundo está viendo otra guerra extraña: dos superpotencias militares, Estados Unidos y Gran Bretaña, lanzando sobre Yemen bombardeos que recuerda a los que lanzó Bush hijo sobre Bagdad, en lo que podría ser el inicio de una guerra abierta contra una milicia tribal: los hutíes.
Una porción del país más pobre del mundo árabe, en manos de una milicia que lleva el nombre de una familia, está alterando el comercio mundial en una de las yugulares del transporte naviero: el Mar Rojo.
Yemen es el único país árabe que estuvo dividido, como Alemania y como Corea, entre un estado comunista en una parte del territorio y otra parte anticomunista. También es la única república en la Península Arábiga y está nuevamente dividida en dos partes que se consideran enemigas.
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Los hutíes (o houtíes) representan a la etnia zaidí, que es una rama del chiismo surgida en el siglo VIII cuando Zaid bin Alí, jurisconsulto y erudito musulmán que hizo su propia interpretación del Corán y de la sharia. Sus diferencias lo llevaron a levantarse en armas contra el califa omeya.
Hoy, los zaidíes son poco menos de la mitad de población yemení, en la que es mayoritario el sunismo. Tanto chiitas zaidíes como sunitas están divididos en tribus.
En los años ’90, el jeque tribal zaidí Houssein al-Houti creó el movimiento hutí Ansarola (Partidarios de Dios) y se levantó contra el presidente Alí Adbalá Saleh.
Su hermano Abdul Malik al Houti lo sucedió al mando tras su asesinato en el 2004. Bajo ese nuevo liderazgo, los hutíes ingresaron en el proyecto de cerco a Israel diseñado por el general iraní Qassem Soleimani. Así obtuvieron de Irán los armamentos y el adiestramiento que les permitió vencer en la guerra al régimen de Mansur Hadi y resistir exitosamente la guerra que les impusieron Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, con apoyo de Bahrein.
Controlando la porción del noroeste donde está Saná, la capital yemení, el poderío y la osadía de los hutíes los llevó a lanzar ataques aéreos sobre territorio saudí, provocando, entre otras cosas, graves daños en yacimientos de la compañía petrolera ARAMCO.
Como uno de sus lemas más difundidos es "Alá es grande", "muerte a Estados Unidos", "muerte a Israel" y "maldición a los judíos", no sorprendió que iniciara ataques con drones y misiles a Israel, alineándose con Hamas en la guerra de la Franja de Gaza. Por la misma razón, ataca a los buques cargueros que intentan atravesar el Mar Rojo llevando mercaderías a Israel pero también a Egipto, Arabia Saudita y hacia Europa a través del Canal de Suez.
Con esas acciones, los hutíes lograron perturbar el comercio marítimo, también afectado por las tensiones entre China, Filipinas, Vietnam y Taiwán en esa parte del Pacífico, y por las tensiones entre Rusia y Ucrania, los países bálticos, Finlandia y Suecia en el Mar Negro y en el Mar Báltico.
Agravar esas tensiones apretando la yugular del transporte marítimo que es el Mar Rojo, llevó a Joe Biden y a Rishi Sunak a ordenar los ataques norteamericanos y británicos a las lanchas rápidas hutíes en esas aguas y bombardeos sobre el territorio de Yemen, en lo que implica una escalada de consecuencias impredecibles.
En lo inmediato, en las sociedades árabes crece la sensación de que sus gobiernos no están haciendo nada para defender a los palestinos y, por consecuencia, empieza a crecer la imagen de esas milicias tribales que hasta hace algunos años eran una insurgencia indisciplinada, con poco adiestramiento y escasa en armamentos y capacidad táctica y estratégica. En tiempo récord, se convirtieron en combatientes bien adiestrados, bien dirigidos y dotados de armamentos moderno, potente y sofisticado.
Hoy, los milicianos tribales de ese país marginal y siempre dividido en dos partes, son aclamados en muchos países árabes como los más firmes defensores de los palestinos de la Franja de Gaza. No dieron señales de querer rendirse tras los bombardeos británico y norteamericano.
Falta ver si, finalmente, son ellos los que logran que el conflicto iniciado por Hamas el 7 de octubre termine hundiendo a todo el Oriente Medio en una guerra total.