La importancia de la opinión de María Elvira Salazar deviene de su cargo: preside el subcomité del Hemisferio Occidental de la Cámara de Representantes. Se supone que al opinar fuerte, lo hace con información que justifica el tono. Y en este caso ese tono fue grave, porque afirmó que Cristina Kirchner arrastra al gobierno de Alberto Fernández a un tejido de vínculos con China que van más allá de lo que la sociedad argentina conoce y acepta.
Para la legisladora norteamericana, la vicepresidenta y el presidente están haciendo “un pacto con el diablo que puede tener consecuencias de dimensiones bíblicas”, por lo que los argentinos deberán decidir si se van con China o se quedan “en el mundo libre”.
Salazar fue contundente también al afirmar que Estados Unidos “no puede tener un aliado que fabrique aviones militares chinos y se los venda a los vecinos”.
Se refiere a la presunta intención de Cristina Kirchner de que se fabriquen en el país los JF-17, con acuerdos similares a los que ya tienen con China los gobiernos de Venezuela y Bolivia.
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Por supuesto, la legisladora norteamericana también mencionó el acuerdo por el cual Argentina le concedió a China “el control total de las operaciones de una estación especial” que el país asiático instaló en Neuquén.
Por presidir el subcomité del Hemisferio Occidental, es necesario tener en cuenta la fuerte advertencia de Salazar. Pero también es necesario encuadrarla en su posición política: es una republicana de Florida y está en el sector más duro del partido de los conservadores estadounidenses. En ese sector, lleva tiempo una mirada que sataniza a China y la coloca en el rol de enemiga del mundo libre, como en los tiempos de la Guerra Fría.
Por cierto, esta marcha hacia una nueva “Confrontación Este-Oeste” no sólo se debe a la gravitación de esa mirada que demoniza al gigante asiático. También la construcción de poder que está haciendo Xi Jinping y las fichas que está moviendo en el tablero geoestratégico acrecientan la tensión entre las principales superpotencias y arrastran el mundo hacia una nueva división en bloques que se aborrecen y se apuntan mutuamente sus respectivos arsenales nucleares.
Cuando un gobierno kirchnerista firmó el acuerdo por la base espacial, China todavía tenía una política exterior apuntada a las buenas relaciones con Occidente. Por eso, cuando China multiplicó sus vínculos económicos en todos los rincones del planeta, ni Washington ni Bruselas se preocuparon. Más aún, las inversiones chinas son gigantescas en Estados Unidos y Europa.
Que en la conducción del gigante asiático hubiese presidentes moderados como Jiang Zeming y Hu Jintao, siguiendo el pensamiento pragmático de Deng Xiaoping, hacía que norteamericanos y europeos observaran en total calma la expansión global de la influencia china. Pero esa percepción comenzó a cambiar cuando Xi Jinping dejó sin efecto los acuerdos alcanzados con Londres para la restitución de Hong Kong y desplegó un cerco militar sobre Taiwán, mientras incrementa con agresividad el espionaje aéreo, el cibernético, el industrial y el científico.
El vínculo del kirchnerismo con China comenzó antes del agresivo Xi. Uno de los eslabones en la cadena de contactos fue Franco Macri, el padre del ex presidente. La realidad es que todos los países o la gran mayoría de ellos tienen o buscan vínculos económicos y tecnológicos con el país asiático. Pero también es real que el tablero internacional está cambiando y existe un alto riesgo de una nueva división en bloques. Y ese proceso que por momentos parece inexorable, obliga a las sociedades a conocer la verdadera naturaleza y profundidad de los vínculos que tejen sus gobiernos con las superpotencias, para que sean los ciudadanos los que decidan, llegado el caso, en que bloque quieren estar.