“La guerra sagrada contra Occidente”. Así definió el líder norcoreano al conflicto bélico que está librando Rusia en Ucrania y también a la existencia en eterna tensión con Corea del Sur, Japón y Estados Unidos que caracteriza al régimen que creó su abuelo y él heredó de su padre.
Parece dicha por un ayatolá iraní o por un jihadista del sunismo salafista. Pero la dijo el líder del último totalitarismo comunista que queda en pié. Nada más opuesto al materialismo dialéctico de Marx y su paso a la praxis de la mano de Lenin. Corea del Norte es el país donde aún se rinde culto al autor de El Capital y al ideólogo y líder de la revolución bolchevique, pero también se sacraliza a sus líderes como divinidades elegidas por los dioses del Monte Paektu, para guiar al predestinado pueblo coreano hacia la gloria.
En Siberia, Kim Jong-un proclamó que estará siempre junto a Rusia en “la guerra sagrada contra Occidente”. Vladimir Putin lo escuchaba sonriente, mientras las potencias de occidente, además de Corea del Sur y Japón, calibraban lo inquietante y oscuro de la frase.
El viaje a Siberia y la cumbre que mantuvo con el presidente ruso, fueron más importantes que los anteriores viajes y cumbres que ha sostenido este líder norcoreano.
Mucho más vistosos fueron sus dos encuentros con Donald Trump en el 2019. Los medios del mundo entero dedicaron mucho más espacio a aquellos encuentros en la zona desmilitarizada del paralelo 38 y más tarde en Hanoi. Sin embargo, ambos encuentros con el entonces presidente de Estados Unidos fueron tan espectaculares como vacíos. Kim Jong-un sólo logró ser protagonista en la prensa internacional y Trump no logró absolutamente nada.
Este encuentro con Putin puede ser más relevante que el que mantuvo con Xi Jinping hace cuatro años en Pekín y también que el que la reunión de su padre, Kim Jong-il, en el 2010, con el entonces presidente ruso Dmitri Medvediev.
Probablemente, el equivalente a este viaje a Rusia para reunirse con Vladimir Putin sea equivalente al que realizó su abuelo a Moscú en 1949 para reunirse con Stalin. En aquella cumbre, el creador del régimen norcoreano, Kim Il-sun, pidió al líder soviético las armas y municiones que necesitaba para ejecutar su plan: trasponer el Paralelo 38 para destruir el estado surcoreano y unificar la península bajo el régimen comunista de Pyongyang.
Stalin le dio las armas y las municiones requeridas y, en 1950, las fuerzas norcoreanas avanzaron hacia el sur, entrando en guerra contra un ejército multinacional comandado por el general Douglas MacCarthur.
Sin los armamentos soviéticos y las milicias chinas que envió Mao Tse-tung, los norcoreanos habrían sucumbido ante el ejército de MacArthur.
En esta cumbre, otra vez la cuestión era el abastecimiento de armas y municiones. Pero ahora es Rusia la que los necesita desesperadamente. Putin le pidió a Kim Jong-un sobre todo municiones de artillería, obuses y proyectiles antitanques para seguir combatiendo a los ucranianos. También Ucrania se está quedando sin municiones y Zelenski recorre países aliados reclamando que lo abastezcan.
Quien logre conseguir primero grandes cantidades de municiones, tomará ventaja en este conflicto que se encuentra empantanado.
El inmenso arsenal de municiones que posee Corea del Norte no es de última generación ni mucho menos. Son obuses y proyectiles de artillería diseñados hace más de medio siglo, por lo tanto se calcula que tienen un rendimiento del 80%. Una insuficiencia que Rusia puede dejar de lado debido a la gran necesidad de pertrechos que le impone la guerra en Ucrania.
Esta cumbre del 2023 fue al revés que la cumbre de 1949. Esta vez Rusia es la que necesita asistencia norcoreana, y eso genera una oportunidad que Kim Jong-un no podía dejar pasar. Por eso viajó en su tren blindado hasta Siberia y escenificó la relevancia que las necesidades de Putin le dan a su lunático régimen.
Por cierto, a cambio de las municiones, Kim habrá pedido lo que tantas veces pidieron su padre y su abuelo: alimentos para una población que ha sido varias veces diezmada por hambrunas desde mediados del siglo pasado. Pero debe haber pedido mucho más. Y el lugar donde se realizó la cumbre sugiere una posibilidad que le quita el sueño a japoneses, surcoreanos, europeos y norteamericanos.
El encuentro con Putin se produjo en el cosmódromo de Vostochni, que hizo construir este jefe del Kremlin porque el cosmódromo soviético, Baikonur, está en Kazajstán y quedó en poder del Estado kazajo tras la disolución de la URSS.
Los países que rodean a Corea del Norte y ven pasar sobre sus cabezas los misiles balísticos que prueba el régimen constantemente, no dudan que Kim Jong-un habrá pedido a Putin tecnología misilística.
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Los norcoreanos tienen misiles incluso intercontinentales pero, en esa materia, Rusia posee tecnología de avanzada y lo prueban los misiles hipersónicos que está estrenando en Ucrania.
Este encuentro en el cosmódromo de Siberia parece definir el paso de la relación entre Rusia y Corea del Norte a un nivel superior. En ese estadio superior, pueden ocurrir cosas inéditas, como maniobras militares conjuntas. Corea del Norte jamás hizo ejercicios militares conjuntos ni con Rusia ni con China, porque la Doctrina Juche impone la autosuficiencia en todos los rubros, una patraña que nunca funcionó pero siempre se intentó escenificar a través del poder militar.
El hecho es que la cumbre en el cosmódromo de Vostochni termina de sepultar la etapa en la que Rusia suscribió el tratado internacional que intentaba frenar el programa armamentístico norcoreano. Ahora, el último régimen comunista del planeta y la Rusia de Vladimir Putin se juntan para librar “la guerra sagrada contra Occidente”.