La escena generó espanto y estupefacción. Al espanto lo causa lo que, en definitiva, fue una agresión pedófila. Pero la estupefacción no tiene que ver con la imagen del Dalai Lama besando en la boca a un niño y pidiéndole que chupe su lengua mientras la sacaba de su boca y la apuntaba hacia la boca del menor. Lo que genera perplejidad es que el líder del budismo tibetano hiciera eso en público, frente a feligreses y flanqueado por otros monjes que también miraban con asqueada estupefacción.
¿Qué pasó por la cabeza del Dalai Lama en ese insólito instante? ¿Por qué no pudo contener ese deseo pervertido?
Lo increíble no es que un líder religioso por el que millones de creyentes sienten veneración, tenga ese tipo de desviaciones. Que alguien, en la mirada de otros, se sitúe en un plano de superioridad por estar en supuesta relación directa con la deidad, suele desembocar en abusos sexuales. Lo muestra la pedofilia que gangrena la iglesia, así como los muchos casos de pastores evangélicos y de líderes sectarios que aprovechan ser percibidos por sus adeptos en un plano de superioridad sobre el resto de las personas, para cometer abusos sexuales.
El lamaísmo también tuvo casos. Hubo denuncias contra monjes del también llamado budismo tántrico sobre abusos cometidos en los templos en la década del noventa. Tenzin Giatso, el actual Dalai Lama, estuvo dos largas décadas sin pronunciarse sobre las numerosas denuncias de personas abusadas en los templos por monjes y maestros. Y en el 2018, estalló un gran escándalo al conocerse los abusos sexuales cometidos por Sogyal Rimpoché, el autor del célebre “Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte”.
Esa suerte de sabio considerado una reencarnación de sabios ancestrales, fue denunciado por numerosos adeptos.
El lamaísmo es la rama del budismo que cree en divinidades teológicas. Es originario del Tíbet, donde creó una teocracia encabezada por el Dalai Lama, jefe espiritual y político de la nación por ser considerado una reencarnación de Avalokietsavara, la deidad ancestral que expresa la compasión.
Mongolia es de los pocos países que profesa esa religión, porque el Tíbet fue parte del imperio mongol. También en rincones del Himalaya, como Bután y Nepal, es extendida la práctica del budismo tibetano y venerada su figura rectora: el Dalai Lama.
A diferencia de la tibetana, las restantes ramas budistas no son teológicas. Se puede ser budista y creyente en cualquier religión, o ser budista y ateo. Pero el budismo tibetano tiene divinidades, entre ellos el líder espiritual que, hasta tiempos recientes, fue también líder terrenal.
Cuando muere un Dalai Lama, el Pachem Lama, segundo en la jerarquía de ese estado teocrático, sale con los monjes del Palacio de Potala, máximo monasterio y también antigua sede del poder terrenal, a buscar en las calles de la capital, Lhasa , y de las aldeas tibetanas, el niño que posea la señal de que es la reencarnación del lama fallecido. Una vez que lo encuentran, o toman a un niño diciendo ver en él la reencarnación buscada, lo separan de la familia y lo llevan a Potala para formarlo como líder espiritual y terrenal de los tibetanos.
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Tenzin Giatso tenía cuatro años cuando fue ungido. Desde esa edad, se lo preparó para ejercer el liderazgo. Y a partir de la ocupación y anexión del Tíbet por la República Popular China, desde su exilio en la India supo convertir el mundo entero (en particular las potencias de Occidente) en el escenario que lo convirtió en una suerte de celebridad internacional.
En general el mundo desconoce los rasgos del lamaísmo, pero en todas las latitudes resulta hasta familiar el anciano casi calvo, con anteojos de marcos dorados y túnicas color bordó. Lleva más de ochenta años desempeñando el rol que, desde hace más de medio siglo, lo visibiliza en el mundo entero y le hizo ganar un Nobel de la Paz.
Jamás había cometido un desatino. Tamzin Giatso siempre supo desempeñar con inteligencia y decoro el extraño rol que le deparó la historia. Es por eso que, lo insólito no sea que alguien percibido por sus seguidores como una deidad, caiga en perversiones aberrantes como la pedofilia. Pasa con muchos líderes y miembros de mediano rango en jerarquías religiosas de todos los credos. Aquí lo increíble es que alguien que lleva una vida entera desempeñando un rol público con tanta habilidad propagandística, de repente pierda la ubicuidad cometiendo actos aberrantes con un niños, a centímetros de varios monjes que lo flanqueaban y miraban azorados, y a pocos metros de numerosos fieles que miraban perplejos sin poder entender lo que veían.