¿Puede esta ola de protestas derribar la teocracia que impera en Irán? Es una posibilidad, pero la historia de la república islámica creada por el ayatola Ruholla Jomeini sugiere que la represión podría imponerse una vez más sobre la voluntad de cambio que desde hace años expresa la sociedad persa y estalla de indignación frente a los crímenes del régimen.
En esta oportunidad, la ira popular estalló por el brutal y absurdo asesinato de Mahsa Amini, una joven de 22 años que fue detenida y golpeada brutalmente por la “policía moral” porque tenía mal puesto el “hiyab”, velo que debe cubrir la cabeza de las mujeres.
Miles de mujeres salieron a las calles a manifestarse, quitándose en público el velo islámico con que el régimen les obliga cubrirse el cabello. Otras miles de mujeres aparecían en las redes quitándose el hiyab, arrojándolo y cortándose mechones de cabello en cámara. Miles de hombres, en su mayoría jóvenes, se sumaron a las protestas mientras en las cúpulas del poder empezaban a pensar en una nueva represión brutal, como hace el régimen de los ayatolas cada vez que las multitudes llevan sus demandas y denuncias a las calles.
Hasta ahora, la represión se impuso siempre. Por caso, en 1999, las multitudes que salieron a protestar contra el cierre del diario reformista Salam, fueron atacadas por la policía antimotines en las calles, mientras las fuerzas de choque Basij asaltaban las universidades para apalear a los estudiantes que convocaban y participaban en las marchas.
Aquella ola de protestas era contra la cúpula religiosa del régimen. Desde esa cima del poder se instrumentó a través de las unidades de censura del Poder Judicial, la clausura de Salam, el periódico que pertenecía a la Asociación de Clérigos Combativos, el partido reformista entre cuyos dirigentes estaba nada menos que Mohammed Jatami, que en ese momento era el presidente del país.
O sea que ni el mandatario elegido en las urnas pudo evitar que los brazos represivos del clero chiita actuaran con brutalidad hasta sofocar la protesta, dejando decenas de muertos y heridos, miles de encarcelamientos y cerca de un centenar de desaparecidos.
Los manifestantes defendían el diario que apoyaba al gobierno reformista de Jatami, pero el presidente que había ganado las elecciones en 1997, nada pudo hacer para impedir la represión que ensangrentó aquellos seis días de protesta. Una rebelión social que, por primera vez desde el triunfo de la revolución jomeinista, sacudió el poder religioso y su estructura autoritaria.
Los paramilitares Basij, que usan gruesos bastones verdes para apalear hasta romper huesos y cráneos de jóvenes manifestantes, volvieron a ser la vanguardia represiva en el ataque contra las masivas manifestaciones que estallaron en el 2009 por el fraude perpetrado contra los candidatos reformistas, robándole el triunfo a Mir Hosein Musaví para que continuara en la presidencia Mahmoud Ahmadinejad, el mayor exponente del populismo oscurantista que lidera el ayatola Alí Jamenei.
Los otros candidatos, Mohsen Rezai y Mehdí Karrubi, también denunciaron el fraude.
Las protestas se extendieron y generaron actos de violencia, pero esos desbordes, que fueron consecuencia y no causa, en nada justificaron la represión en la que los Basij, además de sus palos de apalear rompiendo huesos, usaron armas de fuego y dispararon a las multitudes.
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Aquellas protestas que comenzaron en junio del 2009, recién pudieron ser sofocadas por la represión en febrero del año siguiente. La convulsión fue tan grande y tan claramente apuntada a terminar con el régimen religioso, que quedó en la historia como “la Fitna”, palabra árabe que alude a la guerra civil dentro del Islam.
Los Basij siempre terminan imponiendo su brutalidad sobre la voluntad de cambio de los manifestantes. Para eso los creó el ayatola Jomeini ni bien derribó a Reza Pahlevi y tomó el poder.
Es posible que también en esta oportunidad la voluntad de cambio de grandes sectores de la población iraní vuelva a ser sofocada por la represión. Pero el sólo hecho de que en las clases medias haya tanto espíritu de rebelión contra el autoritarismo religioso que ahora asesinó a una jovencita por tener más colocado el hiyab, señala como posible un desenlace diferente.
El sha Reza Pahlevi, que asumió con sólo 22 años cuando los británicos decidieron sacar del trono a su padre, Reza Khan, porque apoyaba a Hitler en la Segunda Guerra Mundial, sofocó a sangre y fuego cientos de protestas contra el proceso de secularización forzosa al que llamó “revolución blanca”. Sin embargo, hubo una ola de manifestaciones que finalmente pusieron fin a su reinado, en 1979.
Quizá, como aquel monarca que imperó por la represión durante casi tres décadas, la represiva teocracia creada por Jomeini y hoy liderada por Alí Jamenei, también termine siendo barrida por una ola de indignación causada por los crímenes que comete desde el fanatismo.