La cuestión no es de qué religión se trate. La pulseada principal en política no es entre distintas religiones, sino entre la religión y la secularidad. La democracia sólo puede ser secular. Las religiones no son enemigas naturales de la democracia, pero sí lo son cuando intentan que sus fundamentos y dogmas reemplacen al Estado laico. Por eso la democracia está en riesgo en Israel, según la percepción de la inmensa porción de la sociedad que se levantó en protesta contra la reforma del sistema judicial que impulsa el gobierno de extrema derecha. Considera que los partidos ultrarreligiosos que integran el gobierno quieren controlar el Poder Judicial para avanzar hacia el reemplazo de las leyes civiles de inspiración laica por leyes inspiradas en el talmud y la Torá. Y no es la única razón.
También una parte importante de la población ve peligrar el Estado de Derecho por considerar que Benjamín Netanyahu quiere poner su poder personal por sobre el Poder Judicial, quitarle independencia para eludir definitivamente los juicios en su contra por casos de corrupción.
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Esto no implica que el gobierno carezca totalmente de razón en sus cuestionamientos al actual funcionamiento de la Justicia. Hay razones para señalar que ese poder del Estado tiene exagerada potestad de injerencia sobre la acción de los gobiernos. Es cuestionable que todos los actos políticos sean judicializables. También son cuestionables ciertos mecanismos de selección de miembros de la Corte que favorece mantener una mayoría de supremos jueces liberales, o sea laicos de centro y de centroizquierda.
Pero nada de eso justifica la reforma que impulsa Netanyahu y que las multitudes en las calles le obligaron a dejar en suspenso. Los cambios, tal como están propuestos por el bloque mayoritario de la Knesset, apuntan a darle al gobierno las armas para evitar todo control de la justicia, designar a jueces que le garanticen impunidad y armar una corte suprema que ponga los textos sagrados por sobre el código civil.
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La embestida de Netanyahu y sus socios ultra-religiosos contra la Justicia ha dejado expuesta la fractura de la sociedad israelí. Una parte porcentualmente mayoritaria se abraza a los valores fundacionales de un estado que nació laico e inspirado en las democracias de Occidente. Esa inmensa porción de israelíes que defienden el modelo liberaldemócrata, lo saben aborrecido y atacado por la otra porción significativa de la sociedad, que quieren que la política deje de ser secular para regirse por los fundamentos de la religión hebrea.
La diferencia entre las dos caras contrapuestas del dios Jano israelí es tan profunda, que en los noventa provocó un magnicidio (el asesinato de Yitzhak Rabin asesinado por el fundamentalista Yigal Amir) y ahora hace flotar sobre el país donde la unidad nacional parecía inexpugnable, el fantasma de la guerra civil.