Que un país atacado en su territorio lance una ofensiva en el territorio del atacante, está dentro de la lógica del conflicto. Pero en el caso de la ofensiva de Israel en la Franja de Gaza y la forma en que la está llevando a cabo, se impone preguntarse si era la única forma posible de actuar, teniendo en cuenta sus ventajas y sus contraindicaciones.
La propia historia de Israel posibilita responder “no”, la ofensiva total por aire y tierra no era la única respuesta posible. En otras ocasiones, en lugar de responder ataques con ofensivas masivas, para no pagar el alto precio en víctimas civiles que siempre impacta contra la imagen de Israel acrecentando el riesgo de aislamiento internacional, respondió con una fórmula situada en las antípodas de los ataques masivos: los asesinatos selectivos.
Las ofensivas abrumadoras son funcionales a la estrategia de estigmatización de Israel y del judaísmo como despiadados exterminadores. Su contracara, al ser intervenciones quirúrgicas destinadas a eliminar personas minimizando al máximo las víctimas colaterales, puede despertar cuestionamientos pero jamás olas de repudio en todos los rincones del planeta.
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Fue precisamente mediante el asesinato selectivo que Israel eliminó, en el 2004, nada menos que al jeque Ahmed Yassin, creador de Hamas y su líder absoluto en el momento en que fue eliminado por tres proyectiles lanzados desde un helicóptero artillado Israelí. Esa “operación selectiva”, además de Ahmed Yassin, mató a los siete lugartenientes que lo acompañaban al salir de una mezquita y ayudaban a subir a un auto en el corazón de la ciudad de Gaza.
Del mismo modo murió Abdelasis Rantisi, sucesor de Yassin en la jefatura máxima de Hamas, junto a los dos guardaespaldas que iban en el auto alcanzado por dos proyectiles lanzados por un helicóptero Apache de los israelíes.
Ninguna de las cuatro ofensivas posteriores sobre la Franja de Gaza alcanzaron a líderes máximos de la organización terrorista. Las muertes de Ahmed Yassin y de Abdelasis Rantisi fueron los mayores trofeos conquistados en operaciones israelíes. Y los dos casos fueron operaciones selectivas.
Habría muchos ejemplos más. A Yahya Ayyash, en Hamás lo llamaban “al Muhandis” (el ingeniero) y era el constructor de las bombas que se usaban en los atentados contra Israel. Ayyash elaboró las bombas de los atacantes suicidas que mataron a cuarenta civiles israelíes. Por esa razón, en 1993, el servicio de inteligencia Shin Bet hizo llegar hasta él, en el centro de Gaza, un teléfono que estalló cuando lo posó en su oído, matándolo en el acto.
Operación Cólera de Dios se llamó el conglomerado de acciones selectivas con que Israel eliminó a los terroristas de Setiembre Negro que habían secuestrado y masacrado a once atletas israelíes en las Olimpíadas de Münich de 1972.
Frente al brutal acto terrorista, la decisión de la primer ministra Golda Meir y del jefe del Mossad Zvi Zamir fue descartar bombardeos a los campos de refugiados del Líbano y Jordania donde se escondieron los fedayines, porque ningún hecho sangriento debía servir de cortina que tape el único hecho sangriento que debía contemplar el mundo: la masacre de atletas israelíes en Münich.
La venganza no debía quitar centralidad al acto brutal cometido por Setiembre Negro y, aunque despertó cuestionamientos, lo logró. A la centralidad la tuvo siempre la masacre cometidas por los fedayines palestinos.
La eliminación selectiva que se convirtió en emblema de la Operación Cólera de Dios, fue la ejecutada por comandos del Sayeret Matkal, cuerpo de elite del ejército israelí. Liderados por el general Ehud Barak disfrazado de mujer, cuatro comandos israelíes entraron a Beirut por el puerto y eliminaron a tres de los líderes de Setiembre Negro.
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El mismo razonamiento hizo el primer ministro indio Manmohan Singh en el 2008, cuando la cúpula militar le propuso ataques masivos contra los cuarteles y oficinas de la organización terrorista paquistaní Lashkar e Taiba, por los doce ataques terroristas coordinados que perpetró en Bombay, matando a 173 personas.
Esa organización que luchaba por separar Cachemira de la India para integrarla a Pakistán, contaba con la protección del ISI, aparato de inteligencia paquistaní, por eso muchos militares y miembros del gobierno indio veían lógico atacarla en las ciudades del sur de ese país donde tienen sus centros de operaciones. Pero Manmohan Singh también llegó a la conclusión de que resultaba negligente tapar un aberrante crimen contra civiles con acciones que, al costar también la vida de civiles, se superpondría como una cortina que tapa la brutalidad de los ataques terroristas en la capital financiera de la India.
Thomas Friedman, el lúcido analista político norteamericano que escribió libros sobre Oriente Medio como De Beirut a Jerusalén, usó el ejempló de Manmohan Singh para señalar las otras posibles reacciones y la necesidad de enfocarlas priorizando no superponer otros crímenes con el aberrante crimen que implicó el sanguinario pogromo del sábado 7 de octubre.
Otras mentes lúcidas de Israel se pronunciaron de manera similar. El historiador y autor de best sellers globales Yuval Noah Harari, por ejemplo. Y así se pronunciaría Amos Oz si aún viviera. Aquel brillante escritor israelí que radiografió a los fundamentalismos en su libro “Contra el Fanatismo”, también cuestionó por todas las negativas consecuencias que han tenido, incluso para Israel, las anteriores operaciones militares en la Franja de Gaza.