Seguramente, cuando su régimen se derrumbaba vencido por la lucha de los partisanos y por las fuerzas aliadas que comandaban el general Patton y el mariscal Montgomery, Mussolini no habrá imaginado que el fascismo renacería y llegaría nuevamente al poder en el siglo 21, bajo el liderazgo de una mujer. Sin embargo, lo habría defraudado profundamente que en su primer discurso como primera ministra, Giorgia Meloni abjuró del fascismo, deplorando las leyes racistas que impuso en 1938.
Había mucho más para deplorar del fascismo, como la violencia política como método de acción, la intolerancia, la prohibición de los partidos políticos, la persecución de la disidencia, las guerras coloniales en Africa, la alianza con Hitler y otras acciones profunda y brutalmente autoritarias. Fue mucho más lo que le faltó cuestionar que lo que cuestionó de la ideología en la cual nació el partido que lidera y la llevó al poder. Aún así, haber abjurado del fascismo justo en el día que los fascistas italianos tanto anhelaban desde la caída de Mussolini fue un acto a favor de la democracia liberal que pocos esperaban en Italia y Europa. Además, no fue el único.
En el mismo discurso de asunción, la primera ministra cuestionó todos los autoritarismos, se pronunció a favor de Ucrania y sin medias tintas acusó a Vladimir Putin de la agresión que desató la guerra.
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Tomando distancias de las ultraderechas europeas abiertamente anti Bruselas y claramente embanderadas con el líder ruso, Giorgia Meloni se declaró europeísta y atlantista, dejando en claro que su gobierno apostará a fortalecer la Unión Europea y la OTAN.
Quizá lo que más sorprendió fue el anuncio de que no pondrá en retroceso ningún derecho conquistado, refiriéndose al aborto.
Giorgia Meloni y su partido, el neofascista Hermanos de Italia, siempre hicieron campaña en contra del derecho a la interrupción del embarazo que la legislación italiana garantiza a las mujeres.
Estas fueron las sorpresas de un escenario político irreconocible. Por primera vez a Italia la gobierna una mujer; por primera vez el gobierno está encabezado por un partido fascista y ultraconservador. Pero para frustración de los fascistas y los ultraconservadores, la nueva primera ministra abjura del fascismo, se compromete con la democracia liberal y garantiza la vigencia de la legalidad del aborto.
El otro escenario político con sorpresas históricas es el de Gran Bretaña. La reina Victoria y ningún otro británico de los tiempos en que la India era la mayor joya de la corona, habrán imaginado que un día el primer ministro del Reino Unido sería hindú y “no blanco”.
Hasta que Rishi Sunak entró al 10 de Downing Street con el pedido del rey Carlos III para formar gobierno, todos los premieres británicos fueron blancos y cristianos. Benjamín Disraeli era judío, pero su padre se había convertido al anglicanismo y en esa fe fue educado quien llegaría a ser el más notable estadista británico del siglo 19.
Rishi Sunak es nieto de indios y, al ingresar a la Cámara de los Comunes, hizo su juramento sobre uno de los textos sagrados del hinduismo: el Bhagavad Gita. Las reflexiones de Krishna sobre los deberes, la rectitud y la justicia, inspiran la cosmovisión del joven economista conservador que amasó una fortuna en las actividades financieras y la multiplicó al casarse con una multimillonaria, también de ascendencia india y religión hindú.
En el rubro donde se hizo fuerte, la economía, el nuevo premier británico representa el centro respecto al brote ultra-liberal que empezó a crecer en contraposición al “conservadurismo compasivo” que postuló David Cameron, alcanzó un punto culminante con Liz Truss y se derrumbó cuando esa primera ministra intentó convertirlo en programa económico.