Hace solo dos años, en las ciudades italianas resonó el Bella Ciao para celebrar el 75 aniversarios de la caída de Mussolini ante la ofensiva aliada encabezada por el general Patton y el mariscal Montgomery.
Italia parecía unida por la emoción que genera ese himno antifascista que cantaban los partisanos que lucharon contra el Duce y sus aliados nazis. Parece que transcurrió un siglo, porque en estos días, mientras el Bella Ciao es cantado por miles de mujeres iraníes que se quitan el hiyab para desafiar al régimen de los ayatolas, la mayoría de los italianos votaron un gobierno encabezado por los neofascistas.
Tal como lo anunciaban las encuestas, el partido más votado fue Hermanos de Italia, la última encarnación del fascismo que fundó Benito Mussolini. La fuerza política que refundaron en 1946 Giorgio Almirante y Augusto De Marsanich con el nombre de Movimiento Social Italiano (MSI), décadas más tarde se transformó en Alianza Nacional, con el liderazgo de Gianfranco Fini y Alessandra Mussolini, la nieta del duce. Pero el giro de Fini hacia el centro, denunciando incluso como “mal absoluto” a las políticas raciales del régimen fascista, comenzaron una nueva mutación.
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Finalmente, se llegó al modelo siglo 21 del fascismo, que se llama Hermanos de Italia y lo lidera la joven neofascista Giorgia Meloni, quien se convertirá en la primera mujer que encabeza un gobierno italiano, que será un gobierno ultraderechista.
El socio más moderado de Meloni es Silvio Berlusconi, su antiguo jefe en el gobierno del que ella fue ministra de la Juventud. El magnate y su partido Forza Italia son de centroderecha, pero el otro socio del gobierno que viene es Matteo Salvini, el líder de La Liga, la fuerza ultraderechista cuya mirada aplicó como ministro del Interior del gobierno de Giuseppe Conte, cuando cerraba los puertos a los inmigrantes dejando que cientos de ellos mueran en naufragios.
Salvo sorpresas, el próximo gobierno de Italia adoptará políticas homófobas y, paradójicamente, embestirá contra derechos de la mujer como la interrupción del embarazo, además de generar crisis en la Unión Europea. También aplicará políticas antiinmigrantes durísimas. Si Matteo Salvini las aplicó, incluso al precio de muchas muertes en el mar Mediterráneo, cuando compartía el poder con una fuerza anti-sistema de centro, ahora que integrará el gobierno de una primera ministra neofascista tendrá las manos libres para actuar en las fronteras de la crueldad.
Ahora se verá qué límites es capaz de cruzar un gobierno de la derecha pura y dura, sin partidos de centro en la coalición.
A medida que el insignificante cuatro por ciento que obtuvo en las urnas del 2018 empezó a crecer, Giorgia Meloni trató de bajarle decibeles ideológicos a su discurso. Comenzó por pedirle a sus dirigentes y a sus militantes que dejaran de hacer en público el “saludo romano”, que es el brazo extendido de los nazis, los franquistas y demás ultraderechas del mundo que lo copiaron, precisamente, del los fascistas italianos. Después empezó a eludir en los discursos y entrevistas los elogios a Mussolini.
En las formas, Meloni se fue deslizando hacia la centroderecha de manera proporcional al aumento del apoyo que mostraban las encuestas. Y en la antesala de las elecciones, quedaban pocas señales del molde ideológico que le dio forma al movimiento fascista. En el lenguaje de las formas y los símbolos, no queda mucho más que la llama figurativa en la que el rojo-amarillo del fuego es reemplazado por los tres colores de la bandera italiana. El logo del partido de Giorgia Meloni es el mismo del símbolo que preside la tumba de Mussolini. Pero la intensidad política de esa llamarada simbólica, ha ido disminuyendo.
Aún así, con el cómodo triunfo logrado en las urnas, la pregunta es si de verdad la futura primera ministra se corrió del neo-fascismo al centro, o si solo se trata del camuflaje de moderación que los extremos necesitan para llegar al poder.
Seguramente, Italia no se retrotraerá al autoritarismo y la violencia política que impuso Mussolini como estructura social y como modus operandi del poder. Tampoco hará guerras como la de Abisinia, iniciada por el Duce. Lo que intentaría Meloni desde el gobierno es poner la marcha atrás en cuestiones socio-culturales de relevancia crucial, como la aceptación de la diversidad de géneros y el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo.
También avanzaría la xenofobia y las trabas a la inmigración porque, Salvini no tendría los límites que le ponía su anterior alianza con Luigi Di Maio. La intolerancia étnica, sexual y cultural imperaría a sus anchas. Y en el Kremlin, Vladimir Putin tendrá un motivo de esperanza para reemplazar a la OTAN por una alianza de seguridad militar que vaya desde Lisboa hasta Vladivostock, como dicen los ideólogos del ultranacionalismo ruso que admiran los triunfantes ultraconservadores italianos.