Los futboleros lo sabemos de sobra. Hay momentos en los que el equipo no juega para nada bien pero las cosas, vaya a saber por qué, salen y cada pelota de las pocas que llegan al área rival, entra; por el contrario, hay otros en los que por más que se toque lindo y haya muchas llegadas, van todas afuera.
La gestión de Mauricio Macri empezó claramente 2018 más parecido a la segunda circunstancia que a la primera.
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Venía de ganar un torneo más que importante como lo era la primera elección de medio término. Había acordado con los gobernadores. Sin mayoría, tenía despejado el horizonte en el Congreso un amplio paquete de reformas. La economía daba unas tibias señales de recuperación. La inflación parecía ceder. Los escándalos no lo salpicaban y sí a sus rivales.
Pero en pocos meses, la cancha se inclinó para el otro lado. El costo político y social por el recálculo de las jubilaciones fue alto. Cayó en la consideración ciudadana. Por primera vez desde que asumió, la imagen negativa del Presidente pasó a ser mayor que la positiva y la expectativa de que la situación sería mejor a futuro también retrocedió. Se quedó sin consensos parlamentarios a la vista y con la oposición amagando con unirse. La inflación le volvió a estallar en las manos y el consumo dio algunas señales de retracción.
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En ese momento, cuando el partido exige la máxima atención, un jugador la agarra con la mano en el área propia.
El ministro de Trabajo, Jorge Triaca, acaba de cometer penal en un momento muy complicado para la gestión Macri.
El insulto y el maltrato del audio filtrado en el que se dirige una empleada es descalificador por sí. Pero el episodio contiene dos elementos tan o más grave. La empleada dice haber estado contratada durante años al margen de la ley y que la designaron en un sindicato intervenido por el propio ministro.
El dato trasciende mientras el Presidente se esfuerza en repetir en la necesidad de crear empleo de calidad, de blanquear las relaciones laborales, de promover trabajo genuino.
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Triaca había quedado en una posición más que incómoda antes del audio. Fue el negociador de la reforma laboral con los caciques sindicales y terminó abrazado a Hugo Moyano, en momentos en que arreciaban las denuncias y acusaciones contra el líder de Camioneros. Pero los popes del gremialismo no dieron su aval y las modificaciones a las normas laborales siguen sin consenso en el Parlamento.
¿Fue la filtración de ese audio una venganza interna? ¿Un pase de facturas de sectores afectados? Por ahora, Triaca sigue y se fue de vacaciones para apaciguar los ánimos.
No hay arbitro que le saque la roja. Pero el presidente, como director técnico de un equipo que la está pasando mal, por ahí tiene que revisar si tiene alguna respuesta en el banco.