El sábado, el llamado gremialismo combativo, encabezado por el multi investigado Pablo Moyano, hizo un acto frente a la Basílica de Luján, quizás el máximo emblema arquitectónico de la Iglesia en Argentina. El obispo de Mercedes-Luján dijo que al pedido se lo hicieron hace cuarenta días y él no podía negarse porque era una celebración para pedir por paz, pan y trabajo. Pero fue el propio Pablo Moyano el que dijo que el acto no podría haberse hecho sin el permiso del papa Francisco.
A esta altura nadie puede pecar de ingenuo. Si la Iglesia presta su templo más significativo para que haga de escenografía de un acto opositor al Gobierno es porque está jugando el partido, no porque mira de afuera. ¿Está bien que lo haga?
"Francisco le ha impreso a su pontificado una energía militante acorde con la estirpe de la congregación a la que representa".
Desde cierta perspectiva liberal, el papa Francisco, el obispo Radrizzani o el cura de la capilla de a la vuelta tienen todo el derecho de manifestar sus simpatías políticas, como cualquier persona en el universo. Desde el ángulo institucional, sin embargo, es al menos objetable que usen los bienes que de una u otra forma están solventados por el Estado para hacer un acto en contra de los representantes de ese estado en el gobierno, sobre todo si se trata de una institución ecuménica, universal, como la iglesia católica, que debería mantenerse al margen de los vaivenes partidarios.
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Finalmente, en una visión moral del asunto, podría resaltarse que la Iglesia siempre compartió cierto modelo populista de ver la política y que es lógico objetar lo que considera una visión deshumanizada que el Gobierno hace de la sociedad, aunque también puede objetarse que avale actos de dirigentes acusados y en muchos casos procesados y condenados por corruptos.
Personalmente creo que el Papa, aun como jefe de un estado, el Vaticano, tiene todo el derecho de objetar o apoyar lo que cree mejor para una sociedad. Si él considera que está bien avalar a Moyano y denostar a Macri, puede hacerlo. Lo que no me parece correcto es esa acción repetida de la jerarquía católica de tirar la piedra y esconder la mano, de producir múltiples discursos y tener un representante que interprete cada uno según le quede cómodo, de elaborar discursos oficiales ambivalentes, moderados e imparciales y a la vez inundar de gestos político/ideológicos la realidad cotidiana.
Pero el Vaticano nunca ha sido un actor imparcial en la vida política. Y menos aún lo es Francisco, que luego del pastor Juan Pablo II y del filósofo Benedicto XVI le ha impreso a su pontificado una energía militante acorde con la estirpe de la congregación a la que representa.
En efecto, los jesuitas nunca se han caracterizado por su tibieza. Como pontifica Dios en el Apocalipsis, “por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”.