Mientras veo como todos comparten en sus redes sociales fotos y vídeos pasando más tiempo de lo habitual con sus familias, yo vivo el aislamiento sola, en un departamento de Nueva Córdoba sin salir hace seis días.
Yo elegí pasar la cuarentena sola. Podría haberme ido a lo de mi mamá, papá o a la casa de cualquier familiar, pero estas no son vacaciones y consideré que si iba a tener que seguir trabajando desde casa este iba a ser el lugar más cómodo para hacerlo.
Una compu, un teléfono y una buena conexión a internet hoy en día son suficientes para hacer lo mismo que haría cada día en el canal: seguir informando y entreteniendo.
Si bien la cuarentena obligatoria empezó el jueves por la noche, los que podíamos realizar las tareas desde casa el martes empezamos el home office.
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Nuevamente digo, no son vacaciones. Cumplo horarios como si estuviera yendo a mi lugar de trabajo.
Lo positivo: levantarse 5 minutos antes del horario de ingreso (gané una hora y veinticinco minutos de sueño). Lo negativo: no poder nutrirse de la interacción con mis compañeros.
Pero nada que un grupo de WhatsApp no pueda solucionar. Con el equipo estamos en contacto permanente, consultándonos qué hacemos y por donde vamos. En estos tiempos de incertidumbre, más que nunca hay que tener en cuenta nuestra responsabilidad a la hora de informar.
En mi caso, esto cambia rotundamente mi forma de vida. Si bien hace un año y medio que vivo sola, soy una persona socialmente muy activa que nunca pasa más de 9 horas al día en su casa, en las que en general estoy durmiendo.
Esto implicó un volver a conectar con mi hogar, rehabitar sus ambientes. El balcón se convirtió en un gran aliado, a donde acudo para ver el verde de mis plantas y absorber la vitamina D del sol un rato.
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No es muy grande, pero al menos entra una reposera y con eso es suficiente.
Volver a cocinar para mi sola fue el primer cambio, ya que habitualmente como en el canal, preparo comida para compartir con amigos y, si estoy en casa, me hago algo “así nomás”.
Pero el futuro pronostica varias semanas en esta situación, así que estoy evitando los sanguchitos al paso. Aprender a calcular las cantidades para comer variado es todo un desafío.
Pero a pesar de estar sola, no me siento sola. Los que tenemos el privilegio de tener un techo digno y la tecnología, por el momento, de nuestro lado, no nos podemos quejar.
Volví a tener conversaciones eternas por teléfono y alguna videollamada para vernos las caras cada tanto. Entre todos nos estamos apoyando.
Nada será lo mismo
En una de esas charlas un amigo me dijo: “Que el mundo esté frenado es una oportunidad única para todos, de encontrarnos con nuestros propios demonios”.
Y eso me dejó pensando que cuando pase todo esto ya nadie va a ser el mismo.
Los que lo vivieron en convivencia con otros están aprendiendo a mirarse otra vez las caras, a trabajar en equipo, a buscar actividades para hacer juntos, respetarse los espacios y hasta a "aguantarse" cuando los malhumores empiecen a afectar la convivencia.
Los que lo hicimos solos, aprenderemos a trabajar en nuestros miedos, a calmar las ansiedades, a disfrutar de las pequeñas cosas, a pensar más cada paso que damos y a valorar más las interacciones.
Se viene un cambio fuerte de conciencia para todos, ojalá estemos preparados.