Más allá de los dos goles que nos metió River en la Bombonera, y de la obvia bronca que me cuesta sacarme de encima, ayer me dio por pensar que en el fútbol también existe una grieta, y no es precisamente entre los hinchas de Boca y River o Talleres y Belgrano. Exceptuando a algunos fanáticos que se agarran a trompadas con los rivales, e incluso suelen usar otras armas, en ese terreno se puede disentir. He recibido, y seguiré recibiendo, cientos de cargadas con buena onda y me he encontrado con múltiples hinchas de River que respetan mi trabajo como yo los suyos.
La grieta está abierta entre los que les gusta y los que no les gusta el fútbol. Allí parece haber un abismo insalvable que suele destruir, o al menos dañar, amistades y parejas.
Ninguno de estos grupos entiende al otro. A los que no les gusta, les parece irracional el amor que profesan los futboleros por su camiseta y demencial que se pasen el fin de semana entero viendo partidos como San Martín de San Juan contra Atlético Tucumán. Por su lado, los amantes del fútbol ven a sus detractores como personas frías, incapaces de emociones humanas.
Es cierto que, por ejemplo, muchos matrimonios han atravesado años con esa grieta en el medio y todavía alardean con que pueden convivir. Y eso no es del todo cierto.
Ese agujero profundo que el fútbol ha cavado entre ambos es causa y consecuencia de muchos desacuerdos, de desentendimientos profundos que empiezan por la ausencia del futbolero al asado del suegro y terminan con expresiones tales como “tu cerebro es una pelota”, “vos jamás me vas a entender” o “así son en todas las cosas de la vida”.
Es probable que la mayor parte de estas discrepancias se manifiesten de manera inconsciente, que pasemos gran parte de nuestra convivencia creyendo que algo tan banal como un penal errado no puede provocar la crisis de una relación basada en códigos más profundos.
Sin embargo siempre hay un regusto amargo a cada lado de la grieta. Se expresa fundamentalmente los domingos, cuando alguien no entiende la suprema tristeza o la suprema euforia que ha colonizado el ánimo del otro después de una derrota inesperada o una victoria fortuita. O, del otro lado, el futbolero se acuesta pensando en lo duro que será el trabajo del día siguiente y en lo espantoso que resulta tener al lado una persona incapaz de conmoverse por un dos a cero en contra.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.