Murió, sin dudas, el comunicador más importante de la historia de Córdoba. Es imposible no caer en lugares comunes con Mario Pereyra. Un tipo al que escuchó todo el mundo. Imposible ignorar la elocuencia de su mensaje y la enorme influencia cultural, social y política que tuvo.
Si Mario Pereyra "gobernó" casi a voluntad los medios cordobeses durante cuarenta años, si fue líder indiscutido, enfrentando decenas de proyectos que pretendieron “competir”, se debe únicamente a su talento y su esfuerzo.
Un talento inmensurable y rústico. De esos talentos que pasan por comunes. Tanto, que luego en las “academias” no pueden explicar por qué los escucha tanta gente. Frontal, ameno, inteligente, Mario Pereyra cultivó a fuerza de leer todos los diarios y revistas y mirar y escuchar todos los programas que le daba el tiempo un baúl de conocimientos que iba dosificando de modo casi imperceptible en su programa.
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Y sabía cómo “orejear” los temas o mezclar y dar de nuevo hasta que encontraba la carta y entonces la jugaba cuando y donde había que jugarla; cuándo acelerar, frenar, cuándo hacer ficción, cuándo realidad, cuándo enojarse, meter goles al ángulo o dar una de sus múltiples asistencias.
Y a ese talento le sumó un esfuerzo y una tenacidad descomunales. Si cuesta encontrar en el país un tipo que haya tenido su ductilidad para hacer radio, resulta imposible que exista uno solo con semejante capacidad de trabajo. Años sin vacaciones, sin feriados, sin sábados.
Y cuando en el mundo mediático todos creían que había llegado al techo y que de ahí sólo había que esperar un descenso, sacó de la galera la idea de la Cadena 3 y puso a la radio cordobesa en el podio argentino. Se convirtió, como el Gordo Cognigni con su Hortensia, en un exportador del producto Córdoba.
Quienes pasamos la vida profesional tratando de explicar y aprender del “fenómeno” Mario Pereyra, no debemos buscar bajo el agua: hay que llenar el genio con sacrificio. Así de simple.
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La vida de las personas no es el mundo entero, es la parte del mundo que nos rodea. Es el pequeño o gran mundo que nos acompaña a diario. Las cosas y la gente a las que aludimos con cierta constancia. El mate, las galletitas dulces, la sonrisa del abuelo, la caricia de un hijo, un programa de televisión, un locutor de radio. Mario fue mi mundo y el de miles. Durante casi medio siglo. Más allá de las valoraciones morales o estéticas que cada quién pueda hacer.
De allí que la frase “el cementerio está lleno de imprescindibles” es mezquina. Más una reacción mediocre que una reflexión sesuda. Con Mario Pereyra murió un imprescindible. Deja un agujero que quedará así para siempre. Como agujero.
Que en paz descanse.