Este fue uno de mis primeros árboles en el cuaderno de primer grado.
Este, en la actualidad, sigue siendo mi modo de dibujarlo.
Por eso me encantó conocer a Laura. Su trabajo es realmente genial. Consiste en dibujar mejor que cualquiera de nosotros. Tan pero tan bien dibuja Laura, que es capaz de darle vida en el papel a la naturaleza misma. Incluso cuando esa naturaleza ya murió. Ella trabaja en un lugar lleno de silencio en medio del centro, tan lleno de paz, casi como si estuviese en medio de un pradera llena de vida. Esta es la historia de Laura, ilustradora científica.
El museo Botánico está en la avenida Vélez Sarsfield en la Manzana Jesuítica. Por su puerta, de taquito, le deben pasar una manifestación/marcha/protesta/escrache o lo que sea por semana. Miles de troles, colectivos, taxis, autos y miles de cordobeses que apuran el paso. Sin embargo, adentro, todo es quietud. Ahí me espera Laura Ribulgo. Tiene en el cuello un pañuelo con flores de colores. “El centro ni se siente, a veces se nota, en la mesa, la vibración del tránsito cuando dibujo”. Yo la escucho y apoyo la mano en la misma mesa que ella trabaja y no siento nada.
Lo suyo son los detalles. Hay un microscopio, un portaminas y hojas. Muchas hojas. Hay de papel y hojas secas de una planta que alguien encontró en Tucumán. “Esta muestra fue recolectada en 1907”, me dice. “El año que nació mi abuelo”, le digo. Saco la cuenta y es fácil: son 110 años. Y la planta reseca, ahí, bajo la luz del microscopio. Laura observa y en un papel va dibujando. La hoja que Laura dibuja parece de verdad, en blanco y negro, pero de verdad. Como si uno la viera en el monte tucumano donde fue recolectada el año que nació mi abuelo.
Me cuenta que trabaja hace dieciocho años como ilustradora científica. Que cuando la gente no entiende bien a qué se dedica, ella le dice “dibujo plantas”. Y que nunca se imaginó trabajando de eso. Es más, entonces, ni sabía que existía ese oficio. “Estudié dibujo publicitario en el Spilimbergo; me imaginaba en un estudio publicitario, en una gráfica, pero nunca, en un museo”.
Se enteró que había una prueba y se animó. Te lo cuenta con un orgullo luminoso. Te habla de ese simple paso que la llevó a este mundo oculto de darle vida a la naturaleza. Los investigadores en botánica cuando estudian una especie determinada, llevan la muestra fresca (de herbario) o disecada para que ella la resucite a la vida eterna del conocimiento.
- ¿Alguna vez dibujaste una planta que ya no existe?
- Muchas veces.
Los dos nos quedamos en silencio. La ciudad no se escucha y la cámara de Wernher Martínez, camarógrafo de El Doce, ilumina las hojas inertes que hay sobre la mesa. Ahí está la dimensión del trabajo de Laura. Dejar a la posteridad, junto a los científicos, información de la vida que nos rodea y es finita.
Frágil como las muestras resecas que recolectó alguien en Tucumán hace 110 años. Cada dibujo, a Laura le lleva horas o días. Punto por punto, trazo por trazo, va quedando algo para el futuro: las preguntas y las respuestas de lo que pasó con esa vida. Ahí está la trascendencia de su trabajo. Por eso, Laura Ribulgo es parte de esta nueva sección de El Doce. Ella es parte de la #GenteConGanas.
La pregunta del millón:
- ¿Por qué en la era de las super cámaras fotográficas su trabajo es insuperable?
La respuesta la da con una humildad tan simple como las flores de su pañuelo: "El ojo del dibujante, pese a los avances tecnológicos, es único". El camarógrafo se queda con su cámara super extra large HD mirándo cómo Laura nos explica que los planos que logra el lápiz son superiores a una imagen del siglo XXI. Ella sigue trabajando como trabajaban hace dos siglos los primeros exploradores de las ciencias naturales.
- ¿Te gusta lo que hacés?
- Amo, lo que hago día a día.
+ VIDEO: Disfrutá la entrevista con Laura para "Gente con ganas":