Iba a sentarme ante la máxima autoridad del país con una bolsa de cargas emotivas, que venía juntando desde el momento mismo en que me imaginé al lado de Macri, preguntándole por los problemas de todos.
Sabía que iba a ser condenada. Estoy en el “Grupo Clarin”, y eso , para algunos, me hace poco objetiva. Sabía que podía ser tildada de parcial.
Cuentan algunos televidentes que cuando entrevisté a Macri supe tirarle alguna sonrisa, cuando suelo hacer notas sin mostrar los dientes todo el tiempo.
¡Tenía que conciliar miles de reclamos y sentimientos! Los reclamos de mis hermanos que trabajan en el campo y no en la mejores condiciones.
De mi amigo Fernando, que es kirchnerista perro y me sentenció: ¡No te vas animar a preguntarle como vos sabés!
Del ferretero amigo, que me había vendido unos clavos el día anterior y me había dicho: ”yo aumento por las dudas”.
De mi hija, que todos los santos días se enoja por el precio del boleto.
En realidad, el temor, la zozobra y los nervios solo se me pasaron cuando me senté en la silla de la derecha, esperando, que esa silla vacía de la izquierda, fuera ocupada por el presidente de mi Nación.
Fueron 30 largos minutos de silencio, en los que, justo en frente mio, pude adentrarme a ese cielo celeste que los ventanales del Centro Cultural Kirchner me regalaban.
Pensé en mis padres, que mientras yo estaba ahí, ellos seguirían atendiendo mi stand en la Feria de Artesanías. Haciendo lo que siempre supieron hacer: trabajar y apoyarme sin límites.
Pensé en mis hijos. Al más pequeño lo dejé solo justo en el dia de fiesta de su cumpleaños. ¡Tenía que justificar semejante falta!.
Pensé en mis compañeros de colegio. Todos, de una u otra manera, sin importar en que punta de la Argentina estaban, se habían organizado para verme.
En mis tios, primos, en mis profesoras de yoga, de danza, y en la Mallem, mi gran profesora de Ciencias de la información. Todos me habían escrito en las redes para mandarme su afecto y cariño.
Mientras yo seguía volando, cayó Macri y se sentó a mi lado.
Cuando todo terminó, mi hijo Ignacio, no muy afecto a las palabras, me mandó el primer mensajito: ¡Mamá te amo. Estoy orgulloso de vos!
Ya estaba tranquila. Me había olvidado, a esa altura, de todo el sacrificio que hicimos con David, mi pareja, para llegar a la entrevista.
No sé si lo logré. Si sé que lo sentí y lo intenté. ¡Pregunté por vos!