Elección tras elección, la ultraderecha a la que Marine Le Pen sólo moderó en sus modales y camufló de partido “normal” ha crecido. Cada encuentro con las urnas deja a la extrema derecha más cerca de representar a la mitad del electorado francés.
En este ballotage, quedó a sólo nueve puntos del cincuenta por ciento. Y la causa de su derrota fue la invasión rusa a Ucrania. La identificación con Vladimir Putin que tantas veces hizo pública Marine Le Pen, le jugó en contra en las urnas, pero no porque haya existido una mayoritaria conciencia francesa de lo que significa políticamente el líder ruso, sino por el brutal crimen que cometió sin ninguna justificación valedera al invadir Ucrania, provocando una catástrofe humanitaria que está golpeando económicamente a Europa y la está inundando con una ola de refugiados.
Ese acto criminal del líder ruso favoreció a Macron en las urnas. No obstante, aún habiéndose mostrado como la ficha francesa de Putin en el tablero europeo, Marine Le Pen logró el mayor caudal de votos que la ultraderecha ha obtenido en toda su historia.
Es un lento pero inexorable avance. La ultraderecha volvió a crecer en las urnas francesas. Y si Vladimir Putin no hubiera perpetrado el atroz crimen de invadir Ucrania masacrando civiles y perjudicando a toda Europa, el crecimiento habría sido aún mayor. No habría alcanzado para convertir a Le Pen en presidenta, pero el resultado hubiera sido más cerrado y la ultraderecha se habría acercado aún más a ser la mitad del electorado.
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El crecimiento de la ultraderecha comenzó en el 2002, cuando el líder filo-nazi que creó el Frente Nacional desplazó del segundo puesto al primer ministro y candidato del Partido Socialista Leonel Jospin, pasando al ballotage con Jacques Chirac.
Jean Marie Le Pen había alcanzado el 16 por ciento de los votos, generando estupefacción y terror en la todavía muy mayoritaria Francia centrista. Pero en el ballotage, Chirac pasó del veinte por ciento de la primera vuelta al 82 por ciento que le dio la confluencia de los votos socialdemócratas, ecologistas, liberales y gaullistas.
Diez años después de haber desplazado, con un “coup d’ etat” partidario, a su padre del liderazgo de la extrema derecha, Marine Le Pen dio el siguiente gran salto ultraderechista en las urnas. En la primera vuelta de la elección presidencial del 2017, la líder del Frente Nacional sacó cinco puntos más de los que había sacado Jean Marie Le Pen en el 2002; mientras que en el ballotage Marine sacó más del doble de lo conseguido por su padre en la segunda vuelta contra Chirac.
Pero la inteligencia de Macron le había cortado el camino hacia el Palacio Eliseo. El joven dirigente del PS había sido ministro del débil y cuestionado gobierno de Francois Holland, el último socialista que presidió Francia. Macron tuvo la habilidad de camuflarse de anti-sistema, el fenómeno mundial en ascenso. ¿Cómo lo hizo? Separándose del gobierno, renunciando a su afiliación al PS, creando un partido llamado “La República en Marcha” y logrando que los franceses hablen de su particular matrimonio con Brigitte Trogneux, quien fue su profesora de teatro de 39 años cuando él era aún adolescente.
Ese romance extraño y perdurable fascinó a los franceses y desplazó del debate su procedencia de la partidocracia tradicional que había ingresado en una declinación irreversible a favor de los extremos del arco político y del fenómeno emergente en el mundo: el anti-sistema.
En esta oportunidad, sin posibilidad camuflarse y mostrándose como exponente del centro liberal-demócrata que está jaqueado por las derechas extremas y por las izquierdas ideologizadas, lo que benefició al presidente Macron fue la catástrofe humanitaria que causó el jefe del Kremlin al que Marine Le Pen proponía como modelo de liderazgo.