Muchos entre los miles de periodistas y turistas que están en Qatar por el Mundial de fútbol, describen lo que viven como si fuera un viaje al futuro. Obnubilados de modernidad y súper-desarrollo, coinciden en describir lo que ven como una ciudad futurista. Por eso es importante que la obnubilación no obstruya la claridad en la cuestión de fondo. El futuro está en los edificios, los estadios y las autopistas, porque en muchos rasgos de la sociedad, la legislación y la cultura, lo que está es el pasado.
La opulencia modernista de los rascacielos y el altísimo estándar de vida de los qataríes, oculta el oscurantismo medieval que impera en el pequeño país de la Península Arábiga.
Igual que Arabia Saudita, Qatar es en gran medida propiedad de una familia. Así como el reino que se extiende tras su única frontera terrestre lleva en su nombre el de los “propietarios”, la familia Saud, Qatar pertenece a la familia Al Thani, dinastía iniciada en el siglo XIX, que gobierna a través de un monarca tan absolutista como los de la Francia de los Luises, desde que dejó de ser un protectorado británico en 1971.
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Por cierto sorprende un país donde nadie paga impuestos y todos parecen millonarios (en rigor, los qataríes son millonarios, pero no el millón y pico de extranjeros que constituyen la mano de obra), pero la península que se adentra en el Golfo Pérsico siempre estuvo bendecida por la fortuna. La extracción y el comercio de perlas fue la primer gran fuente de ingresos, mientras que en la década del 30 se descubrió el petróleo que yace en el subsuelo terrestre y marítimo, el nivel de vida de la escasa población qatarí subió hasta la estratósfera, donde luego la mantuvo la extracción de gas de sus infinitos yacimientos.
A diferencia de muchos países en los que el desarrollo y el alto nivel de vida tienen que ver con el desarrollo científico y tecnológico, en Qatar la riqueza siempre brotó del mar y de la tierra. Eso no le resta habilidad y visión al emir Hamad bin Khalifa al Thani, quien tras derrocar a su padre, el rey Khalifa, empezó a desarrollar una idea de “país empresa” que dio su primeros pasos con la creación de Al Jazeera, la primer cadena internacional de noticas árabe y musulmana.
Cuando Hamad abdicó a favor de su hijo Tamim, Qatar ya avanzaba a paso redoblado en la construcción de una marca país. La palabra Qatar estaba en el pecho de los jugadores del Barcelona Fútbol Club y y en los aviones de una aerolínea formidable: Qatar Airways. Tamim Bin Hamad bin Khalifa al Thani mantuvo el manejo del estado como una empresa exitosa. Y entre “las compras que realizó esa empresa”, estaría el mundial de fútbol, otro paso en la instalación de la marca Qatar.
A veces las cosas se pusieron difíciles, pero la casa real qatarí supo enfrentar adversidades. Como el bloqueo que le aplicaron Arabia Saudita, Emiratos Arabes Unidos, Bahrein y Egipto, por el apoyo a las disidencias internas de esos países y por su buena relación con Irán. Ese bloqueo asfixiante no detuvo el enriquecimiento del pequeño país peninsular. La riqueza se expresa en la sorprendente y futurista infraestructura urbana. Pero las leyes, las costumbres y la cultura están más cerca del oscurantismo medieval.
La mujer está en inferioridad de derechos y garantías respecto a los hombres. La homosexualidad se paga con duras penas de prisión. La tortura es legal y comúnmente aplicada por la policía. Están prohibidos los partidos políticos y el Majlis al Shura no es un cuerpo legislativo sino solamente una asamblea consultiva. El monarca es el dueño absoluto del poder.
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Como sus vecinos sauditas, los qataríes profesan el wahabismo, la vertiente teológica más cerrada, intolerante y oscurantista del Islam suní. De tal modo, aunque tengan una política exterior pragmática y abierta, abrevar en la visión impulsada en el siglo XVIII por Muhamad Bin Abd al Wahab, uno de los fundadores de la dinastía saudí, implica que los qataríes consideran “infieles” a los occidentales, apostatas a los musulmanes que dejan la religión y “herejes” a los chiitas, alauitas, drusos y otras corrientes internas de la fe mahometana.
La Sharía (ley coránica) y el supremacismo religioso que implica el wahabismo confluyen en una mirada de los extranjeros como seres inferiores. Quizá eso explique, al menos en parte, el alto número de muertes que tiene en Qatar la construcción de infraestructura y, en los últimos años, de los imponentes estadios mundialistas. Los que mueren en la construcción son extranjeros y carecen de las medidas de seguridad y protección adecuadas para trabajar con calores sofocantes.
Esas muertes parecen confirmar que la modernidad y el futuro están en los rascacielos y autopistas, porque en las leyes, la costumbres y la cultura lo que predomina es el pasado medieval.